¡A Volar!

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Por Daniel Os

{Fábula sin moraleja para perturbar niños crecidos}

Ya la punta de sus dedos acusaban lo frío que amenazaba ser el invierno que aún no comenzaba. Se asomó a la ventana a emborracharse del amarillo intenso del horizonte, algo le dictó que allí habitaba la tibieza que devolvería el calor a sus huesos.

Al cantero de su ventana se acercó un ave que detonó una curiosidad ya inusual en su, sin embargo, joven ranciedad. Apoyó casi como una travesura un hombro en la pared y, parapetándose tras las cortinas, prefirió observarla en silencio para no ahuyentarla. Luego se contagiaron confianza y se animaron a mirarse.

Entre sus miradas se gestó un idioma de sensaciones donde los lenguajes convencionales no comunicaban tanta magia. El gorrión le mostró el horizonte y él le contó que también venía de ahí, que ahí era donde quería estar y que, ahora que lo tenía a su lado, quería apurar su siempre deseada y postergada marcha de regreso. Mostrándole la brisa agitar sus plumas, el pájaro apenas insinuó que allá afuera ya estaba comenzando a hacer frío, que si de veras quería salir debía tomarse el menor tiempo posible. Él se alejó un instante de la ventana para tomar un abrigo y emprender el viaje, pero sin perder de vista el cantero, donde lo esperaban con encantadora paciencia… o, aún más encantadora, ansiedad.

En su premura no quiso buscar llaves para cerrar bien la puerta ni lidiar con los dos escalones del umbral de salida, sólo convenía abrir la ventana y salir por ahí rumbo al horizonte con su nuevo compañero, con el que se contaban la nueva vida que les esperaba juntos donde el sol brillaba en su mismo idioma. Abrió la ventana para salir sin demoras y, con torpeza, en su movimiento abanicó al gorrión que ya temblaba de frío, o tal vez lo asustó con el puntual cumplimiento que perseguía a todas sus promesas… pero el ave tuvo que volar sin poder esperarlo. ¡Nos vemos allá! -quiso prometerle, aleteando entre prisas y lágrimas.

Vos volás y yo camino, le contestaron sus manos vacías de encanto mirando la caída del sol con la hermosa silueta del pajarito recortándose en la esfera naranja… domando el viento, como lo mandaba su naturaleza. Desde lejos le gritó que deseaba verlo feliz y no se dejó ver llorar en la partida para no apichonarlo en pleno vuelo, aunque se moría de ganas de decirle lo que se moría de ganas de no decirle.

Miró para atrás y vio su casa en orden, tal como la acababa de abandonar pero ya sin deseo de volver a pisarla, cerró los ojos para tomar aire y revivir en su interior esa muestra gratis de bienestar que llegó desde tan lejos en envase pequeño… esa tregua a las heladas que ya había soportado sin estoicismo y que prometían regresar. Sonrió por la felicidad que tuvo durante un ratito y sintió, una vez más, su sangre en efervescencia.

Se esforzó por ignorar lo que dejaba tras sus espaldas y, sin equipaje, tomó con la lentitud que le imprimían el agobio y la nostalgia, la ruta camino al sol.

Si llevaste a mi alma armonía debo, al menos, devolverte algo de música. Ojalá sueñes con que te cante al oído -seguramente le dijo.

 

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