Por Daniel Os
PreferÃa que lo llamaran Luisito, se sentÃa más cómodo adoptando un diminutivo accesible que blandiendo los honores que la vida le habÃa otorgado.
Cenas, personajes importantes, reuniones y carcajadas ejecutivas coronaban su rutina, pero más disfrutaba de hacer un asadito al aire libre con la familia los domingos al mediodÃa. – VenÃ, ayudame con el fuego. Quedate cerca y abanicalo con energÃa. Aunque en tu cumple soples las velitas para apagarlas, acá el aire aviva el fuego. No pongamos tanto papel, enciende en seguida pero también se quema rápido y nos llenamos de cenizas, asà que agreguemos ramitas secas y vayamos poniendo uno a uno el carbón, que se vayan quemando lento… si ponemos todo de golpe, ahogamos el fuego y se apaga. Después, cuando ya haya una llama pareja, le tiramos unos leños… madera noble… conservan el calor y le dan rico aroma a la carne…
– Papi, tengo nueve años… ¿por qué me querés enseñar a hacer asados?
– ¿Pensabas que hablábamos de asados, Dany?
Imagen: Paula Saldaqui
0 comentarios