Por Sebastián d’Albuquerque
Antes que el infinito me devore el abrazo lo dará el silencio.
Cuando el aire avise el fin a mis pulmones,
sabiendo mi pecho que no hay tiempo;
que no hay volver a inflarse con la
incondicionalidad
que tantas veces escuché resonar en tus
risas.
Cuando el infinito me devore,
cuando se sumerga mi latir en el latir de la
tierra,
en el mar del epicentro, del sustento de
todos tus gemidos,
que ahora son un eco en las paredes de mis
mares.
Sabiendo que tu sexo no abrazará a mi
sexo,
sabiendo del fin del cálido arrumaco, de la
húmeda caricia;
del adiós de tu sonrisa.
Con el conocimiento del amor sin deudas,
sin ningún reclamo y sin ninguna custodia:
andaré solitario, desnudo de huesos,
cargando, de vos, sólo un tesoro
irreductible;
cuando el infinito me devore.
Así me encuentre, sin nostalgia y sin
tristeza alguna.
Así, frente al reclamarme de la
impersonalidad eterna,
me doy la vuelta para darles, a mis ojos;
tus ojos como ofrenda.
Como adiós y agradecimiento.
Antes de dar mi primer paso,
para adentrarme, inevitable, en la boca del
infinito.
Imagen: Marcos Villalva
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