Cuba
Por Zenaida Ferrer
A Caridad este segundo toque de suerte de la vida, le parece un alumbramiento. No es que quiera decir que el sol es más claro o que el verdor de los árboles de frente a su casa es más intenso que ayer. Es otra cosa.
-Descubrir el mundo a mi edad, ¡qué cosa, Dios mío!
En la bodega de la esquina lee el letrero que siempre estuvo allí, La Casa de Gilbo, y lo encuentra hermoso y hasta musical. –Qué ocurrencia, se dice, si Gilbo es solo el empleado, mejor debía decir La Casa de María, que es la dueña. Por cierto, agradece a este Gilbo, solterón empedernido e infatigable tendero, el que siempre la haya saludado con respeto y gentileza.
Camina despacio hacia la panadería de los chinos. La Fama, lee. Y de verdad que era famoso este horno atendido por asiáticos, que llenaba de olor a pan recién salido del fuego los albores de cada día en la barriada. Compra pan, compra.
Con una cesta llena de cangrejitos, pan trenzado y de flauta, cruza hacia enfrente y de paso, se fija en el letrero de la vieja escuelita de al lado, “Bartolomé Masó”. -Tremendo patriota cubano, piensa.
Contoneando sus caderas, marcha atravesando los portales techados de las humildes casas de la cuadra. Se detiene en el número 57. -¿Fela, está?, pregunta.
-Si sale el padre, abro un hueco en el piso y me meto, pero si es la madre la cosa es más fácil- medita mientras espera ser atendida.
Ahí parada, esperando a Fela, su mente evocó momentos muy difíciles de cuando vino al barrio del brazo de Gallego. Ninguna familia salió a darle la bienvenida a la recién llegada, y luego, por los visillos de su ventana, miraba cómo las vecinas salían a la calle para no pisar su portal.
Barriada Los Ángeles, barriada del sur, de pobres como ella misma, pero qué trabajo le ha ido costando conquistar respeto y confianza.
El amor de Gallego fue la primera oportunidad de su vida, ya casi en los 30, después de trabajar desde los 12 años. Su madre, campesina como ella, con otros cinco hijos menores para alimentar y cuidar, solo le dijo: -Tienes que ir, Caridad, no llores. Vas a limpiar y a lavar, pero eres muy bonita y enseguida los hombres te van a querer.
Así la despidió el día aciago en que la entregó a su madrina (no un hada precisamente), para llevarla a lo que sería su hogar por 18 años: uno de los más visitados burdeles de La Zona.
Desde entonces, la niña transitó a joven, a mujer, desandando los más bajos escalones de la vida, pero resguardó el frescor de su alma y nada pudo opacar el brillo de sus ojos de gitana.
Cuando fue solicitada por Gallego, un número más en su larga lista, se percató de la calidez de su trato, agradeció sus palabras bonitas, ¿sinceras?, y le gustó jugar a sentirse querida.
-Madre, decía para sí, este hombre me desea, pero su ternura me habla de amor.
Gallego la sacó de La Zona y la llevó consigo a su casa, sin dar explicaciones a nadie. La pobre Caridad no atinaba a salir, sabedora de que los vecinos conocían su historia y porque repelía la codicia en los ojos de los hombres y el rechazo en los de algunas mujeres.
Fela tenía entonces 18 años, estaba de maestra voluntaria en un aula y le sobraba el coraje. ¿Qué le importaba a ella de dónde salió Caridad? –Ese es su problema, decía. Decidida, una mañana tocó a la puerta de la casa de Gallego y sin preámbulos espetó a la diva: -¿Sabes leer y escribir?
-No, claro que no, respondió Caridad bajando los ojos.
-Pues desde mañana te daré clases aquí mismo, hasta que te sientas en condiciones de incorporarte al aula.
Y así fue. A contrapelo de la opinión de su padre y familia, desinhibida, terca como una mula, Fela violó el código de la gente del barrio y le enseñó letras y números a Caridad, y no paró hasta que la “exmujer de la vida”, leyera de corrido y escribiera mucho más que su nombre.
En ese momento, salió Fela a saludarla y la invitó a entrar y sentarse.
-Deja, deja, solo venía a traerte estos panes y a decirte que es muy hermoso el libro de versos que me prestaste.
Le hizo un ademán de despedida con la mano y pisó fuerte en el portal, ya sin tanto contoneo y sintió que sí, ciertamente, el día estaban más claro y los árboles verdecidos.
Imagen: Florencia Ortega
Muy buena elecciòn! acompañar a Caridad en su recorrido por el barrio descargò un caudal de energia positiva. Me gustò
SIEMPRE QUE LEO ESTE RELATO ME EMOCIONA,,, SERA PORQUE SOY DE CUBA, TENGO LOS AÑOS SUFICIENTES PARA RECORDARME DE AQUELLA CAMPAÑA DE ALFABETIZACION Y SUPE QUE LA ZONA ERA UN LUGAR DE MUJERES DE LA VIDA Y QUE POR ALLI NO PODIA PASAR,,,, TAL Y CUAL FUE LA HISTORIA , A CONOZCO BIEN, Y COMO POUDE BIBIRLO QUEDO REFLEJADA EN MI MENTE Y MI CORAZON,,,,
FELICIDADES A LA ESCRITORA,, ZENAIDA FERER,,, TODO LO QUE ESCRIBE LO HACE CON MUCHO CORAZON Y POR ESO PINTA EL PANORAMA DE FORMA TAL QUE TE ENVUELVE EN ESA ATMOSFERA DE BARRIO Y DE TIEMPOS DE CAMBIOS,,,,
QUE SIGA ESCRIBIENDO,, LA QUEREMOS,,,
TERESA
Soy la autora y quiero agradecer a Florencia su bella ilustración que resalta la historia. Muchas gracias Florencia. La protagonista de esta historia real vive, le imprimí y mostré la página y está muy emocionada y agradecida.
Que lindooo leerte! Emoción la mia tambien, y gracias a ustedes por compartir esta historia, que por un ratito nos hace sentir el día más claro y los árboles verdecidos.