Literatura y sueño

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Por Ivis Acosta Ferrer (*)

Ahora me dispongo a traicionarte con mi literatura, bien sabes que con ella puedo ser otra entre otros, en otro tiempo, y eso no debería gustarte menos que si me fuera ahora mismo con aquel amante. La literatura es un pretexto para traicionar al ser amado, como el sueño. Ayer te traicioné en sueños, y no me arrepiento, bien sé cuánto me debes traicionar tú mientras estás despierto. El amor, lo sabemos, no es eterno. El amor es eterno cuando se abandona a tiempo, en plena guerra, eso deberías saberlo. Pero tú nunca has tenido tiempo de pensar en el amor, siempre cambiando de un lado para otro, amando superficialmente, dejándote convencer por el convite barato.

No sé si he sido yo la que más te ha tenido para sí, la que más te ha guardado de tu naturaleza bruta y ambiciosa. Pero creo que ya me he cansado, y no quiero que este sentimiento se nos pudra por culpa mía. No quiero que me aborrezcas cuando duermes, ni que me beses en la frente como a una hermana. Sé que necesitamos estar lejos, ser tú y yo misma, no tener hijos, ser libres hasta que se nos haya olvidado tu forma y mi forma, ese suspiro que exhalamos al final de un orgasmo y que ya reconocemos cada uno en el otro. Cuando se haya olvidado la forma de tu mano en la mía, el paso acompasado, la cadencia del andar y del sexo, el olor de las mañanas y de las noches, el sudor, el sitio preferido para el beso, entonces quizás podamos volvernos a mirar como desconocidos, saber si nos gustamos o si nos hemos vuelto indiferentes.

¿Por qué tenemos que vivir en la mediocridad del día a día? ¿Por qué te pertenezco y exijo que me pertenezcas? Ese maldito sentido de posesión que se lo come todo: el respeto, la magia, el amor…

Sin embargo llega el consuelo, ese sentimiento sedante y placentero que se impone con el tiempo. Consuelo de saber que uno tiene a alguien que casi le pertenece, por motivos desconocidos y algo indignos; tranquilidad paradójica de las noches que se debaten entre el abrazo cariñoso o forzado del amante real y la entrega total, voluntaria, al sueño liberador de las pasiones más atrevidas de nuestro subconsciente.
Durante el sueño me desconozco, me libero y soy otras, por eso cada día duermo más, porque puedo, gracias a ese exquisito narcótico, recuperar esencias perdidas del ayer más remoto, de cuando era apenas una niña y mi cuerpo no se había aún abierto a la cosquilla del placer. Mediante ese canal expedito logro retrotraerme hacia los juegos inocentes de aquella callecita donde nací, cuando sólo importaba jugar con mis amigas, y no existían las prisas. Luego he volado en sueños hasta la adolescencia, esa etapa triste y anodina en que no era yo más que un espejo de los deseos de otros. Allí me he recreado volviendo a saborear el gusto de los primeros amores, el color de mi calle triste y antiguamente aristocrática, el dolor por la ausencia de mis padres cuando se fueron de viaje en aquella etapa en que yo más los necesitaba, las amistades que hoy no están pero que fueron en aquel momento ejemplo y diversión, el despunte de mi cuerpo como un arma poderosa de la que no tenía conciencia por entonces, el sexo al final de todos los caminos, para siempre a partir de ese momento.
Ahora que conozco los códigos no haría la mitad de las cosas que hice entonces, pero haría otras en su lugar, quizás por eso sueño en las noches, intento recuperar esa vida que tenía y que con el tiempo se va yendo, vida por sueño, acción por literatura, pasión contra sabiduría, y poco más.

 (*) España

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