Por Dahiana Belfiori*
Mientras leía Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo –que me apresuro a caracterizar como urgente y necesario– me fui encontrando con una escritura ágil, entretenida, fresca, para nada carente de la rigurosidad que requiere todo ensayo de investigación. Quizás algún alma desprevenida se pregunte, ¿cómo puede resultar entretenido hablar de las luchas por el derecho al aborto? Sólo habiendo leído este libro sabrá exactamente a lo que me refiero. Pero vale la pena precisar que toda lucha tiene su cuota de placer para quien la sostiene, en especial para las feministas que hacen gala de un sentido del humor pocas veces igualado y demasiadas veces desdeñado. Humor y agudeza son a mí entender las marcas de las páginas precedentes, marcas evidentes tanto en el contenido del relato, como en su estructura. Inevitablemente me fui metiendo en la historia, o mejor dicho, en las historias. Es que ante todo, el libro se presenta como una cartografía y una genealogía de esas luchas. Cartografía que se construye proyectando sobre el papel un territorio andado y construido en la búsqueda, entre indagaciones y bibliotecas públicas, entre charlas ad hoc y hemerotecas privadas, y que va resultando en una serie de pasos que prefiguran un posible mapa de encuentros y desencuentros, de continuidades y de rupturas. Y digo posible, porque Mabel Bellucci se encarga de declarar que es sólo una mirada –la suya– que sin embargo se estructura dialógicamente en el recorrido que alzaron –y alzan– las diversas voces por el derecho al aborto que terminarán resonando en estas tierras.
Diálogo y también polifonía surgen de estas páginas que incluyen un reconocimiento previo del territorio que se pretende delinear y nombrar, buceando en corografías casi siempre escarpadas. Más bien se trata de haber trazado un itinerario arduo, de relieves no del todo conocidos. Itinerarios, mapas, territorios que admiten y requieren múltiples miradas. Así, la polifonía se oye nítida brotando de un racimo de activismos de colectivas y grupos feministas, del movimiento de mujeres, de los movimientos sexo-genéricos, de activismos queer, de movimientos sociales y de producciones intelectuales en torno al derecho al aborto. Aún más, el recorrido polifónico se entreteje en un diálogo fructífero –no siempre exento de tensiones: Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo propone una lectura en la que la intervención política y la producción intelectual se encuentran íntima y necesariamente vinculadas. En ese entramado es que se evidencian los recorridos que se tejen entre diferentes grupos por medio de afinidades político-afectivas y del diálogo permanente entre teorías y prácticas feministas.
Si revisa el foco –o los focos– en los que, por ejemplo, aparece por primera vez el “Yo aborté”, no es sólo con la intención de conocerlos como mero hecho histórico, sino con el propósito de mostrar cómo es que ese “Yo aborté” se despliega y se inscribe en las luchas actuales. Genealogía que no pretende revivir el pasado sino para “presentificarlo”, esto es, comprender que después de todo “no hay nada nuevo bajo el sol” o dicho de otro modo, hay un camino transitado que es ineluctable reconocer, para no caer en cierta sensación desalentadora y –en algunos poco felices casos arrogante– de pretender que estamos siempre empezando de cero. Algo así como una política del reconocimiento que aspira establecer ciertas filiaciones entre presente casinos in Colorado y pasado de las luchas por el derecho al aborto. Después de todo, no somos sino deudoras hijas de ese pasado. Ciertamente nada sumisas: hijas revoltosas e insurrectas son las que sin dudas proliferaron por estos lares.
Pero si además esa cartografía y esa genealogía osan hablar de abortos, estamos ante un gran problema. Parafraseando a Betty Friedan, este problema sí tiene nombre: aborto. Porque hablar de aborto sigue siendo un reto, como lo fue para quienes por vez primera se atrevieron a barrer lo que había debajo de la alfombra. Hacer público lo privado, “sacar los trapitos al sol”, es algo que aprendimos a hacer las feministas con la potencia de la impotencia. Hablar de aborto en primera persona del singular y en la calle se tornó, aquí y allá, un hecho colectivo. Hablar del aborto que no me hice pero del que acompañé a hacer, hablar del aborto que me hice y en las condiciones en las que me lo hice propició que las mujeres que abortaron y que abortan salieran del closet de la heteronormatividad como régimen político. Es que el “decir” público, a la vez que declara ir contra lo prescripto, anula a su vez el “destino maternal” en que toda sujeta leída como mujer es inscripta. Aun más, hacerme un aborto –y nótese que lo digo en primera persona– hoy sigue siendo subversivo. Esto es algo que a mí entender, indaga y propone el libro: la potencia subversiva de los abortos que nos hacemos las mujeres –y que por lo demás SIEMPRE nos hicimos– y la eficacia y resistencia política de hablar de ellos. Pero con el objetivo fundamental de exponer que ese hablar no es un balbuceo infantil fragmentado. Está articulado en torno a la lucha por la autonomía de las mujeres en el marco de los Derechos Humanos de las humanas, en muy variados y conflictivos contextos.
Como se mira y se disfruta de un álbum fotográfico, es que leí este libro. Álbum con aires de familia en el que a la vez que se añora a la parentela, se la critica. Tal vez por eso, no me sorprendí del todo al reconocerme/nos en las consignas y acciones callejeras de las militantes feministas norteamericanas de los ‘70 ligadas a los movimientos punk que –¡oh maravillas de las miradas ingenuas!–… ¡hacían lo mismo que hacemos nosotras! Y no pude evitar enamorarme de las primeras viajeras militantes argentinas en su avidez de mundo. Y digo primeras porque entiendo que ahora somos nosotras las nuevas viajeras militantes. Pero no me quiero adelantar. Aquí me es necesario hacer una pausa, como quien toma aire ante un paisaje inabarcable que intenta retener en su mirada, eternizando en ese gesto la totalidad que la perspectiva le ofrece. Si la inmortal Virginia Woolf nos lanzaba el imperativo por medio del cual las mujeres debían de hacerse de un cuarto propio que propiciara la creación artística, ello no era más que un eufemismo que nos señalaba el necesario camino de la independencia económica y emocional de los varones. Así nuestras viajeras militantes, perspicaces lectoras de la Woolf, hicieron del mundo su cuarto propio y además lo publicaron en las revistas de moda, que ellas mismas gestionaron, dirigieron, editaron y comercializaron en Argentina. Palmario ejemplo del espíritu solidario que supieron cultivar estas mujeres. Es evidente que había cuestiones materiales resueltas para ellas que les permitieron viajar por el mundo, pero eso no hizo que se guardaran para sí sus periplos. Había, como se ahonda y ejemplifica en el libro, un interés político que las llevaba a compartir sus experiencias. Tan importantes fueron estas vivencias que aventuro propiciaron muchos de los debates posteriores en torno al derecho al aborto. Uno de los ejemplos más significativos es el de Victoria Ocampo, dueña de una pluma irónica e inteligente supo cronicar sus viajes de modo tal de evidenciar sus propios aprendizajes. Aquí viajes, escritos y militancia son parte de un mismo modo de ser en el mundo y de mirarlo.
De algún modo, ese espíritu viajero resurgió con la llegada de la democracia. Me interesa extenderme en un punto: en la actualidad hay unas prácticas feministas que trascienden fronteras. Es como si el principio internacionalista del feminismo que conectaba –y conecta– a las feministas de las principales capitales del mundo, se hubiera trasladado al interior de la Argentina. Esa efervescencia que la democracia fogoneó, hizo extender los límites de las fronteras provinciales, mejor dicho, intentó e intenta disiparlos. Así las nuevas viajeras militantes feministas que somos, desafiamos o intentamos desafiar los marcos de clase, raza, género y los colonialismos que nos atraviesan. Nos movemos como hormigas, autogestionándonos los encuentros, los abortos y las luchas por su legalidad. Le otorgamos valor a esas reuniones cara a cara, en lugares impensados, porque comprendimos que para que algo se mueva, nosotras tenemos que estar en movimiento, y mirándonos a los ojos, aún con visibles diferencias. Hay algo más: ese movimiento permanente es el que no permite un virtual esclerosamiento de ciertas estructuras teóricas que las praxis feministas originan. Así, existe un feminismo que está en permanente discusión consigo mismo. Las categorías y conceptos que surgen de esas praxis están siendo invariablemente revisadas. Cambian modos de mirar y perspectivas, lo que no varía es ese espíritu crítico que caracteriza a dichas praxis, algo que a mi entender también puede escucharse en las múltiples voces que dan vida al libro.
El viaje o los viajes nos signan. De hecho todo viaje implica un cierto tipo de exilio, cuestión –la del exilio– que me conecta con otro de los aspectos abordados en el libro: la noción de exilio interno que Mabel retoma para señalar su importancia decisiva a la hora del estallido de mujeres y feministas en las calles porteñas aquel 8 de marzo de 1984. Y me permito divagar arriesgando que quizás de ese exilio interno, doloroso e intenso para las que quedándose en la misma tierra que las expulsaba de sus prácticas políticas y cotidianas, en ese destierro obligado del cuerpo en contacto con otros cuerpos, de las charlas, del intercambio, del hacer silencioso sobre sí mismas, se extendió una política del susurro. Pienso que algo de esto debió ocurrirles a estas feministas que a pesar de no tener la palabra pública habilitada, el encuentro permitido, resistieron en el susurro de esos encuentros furtivos significativos.
Hoy, ahora, en este presente que el libro Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo también aborda, tenemos el desafío de lograr la legalidad del aborto en Argentina. Algo que desde nuestra pertenencia a la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto venimos activando. Porque, aunque a simple vista parezca contradictorio, el aborto no es sólo “una cuestión de mujeres”. En la lucha histórica por este derecho son variados los actores sociales que intervienen. Mientras tanto nos seguimos dando, nosotras, los/lxs/las feministas socorristas, las estrategias para abortar, y acompañar a otras a hacerlo, sin poner en riesgo nuestras vidas. Si hubo un tiempo para el susurro fecundo, hoy es tiempo del grito a viva voz. Este libro es una de las bocas abiertas en ese grito compartido.
* Integrante de Enredadera Colectiva Feminista de la ciudad de Rafaela, provincia de Santa Fe y de Socorristas en Red.
Este artículo es un extracto del texto Tiempos de susurros, tiempos de gritos que compone el Capítulo VIII “Testimonios ineludibles” de Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo, de Mabel Bellucci, Editorial Capital Intelectual.
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