Sin tabúes, ni pudor

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Literatura erótico-romántica

Por Vanina Nielsen

“Ella no lo mira a la cara. No lo mira. Lo toca. Toca la dulzura del sexo, de la piel, acaricia el color dorado, la novedad desconocida. Él gime, llora. Está inmerso en un amor abominable. Y llorando, él lo hace. Primero hay dolor. Y después ese dolor se asimila a su vez, se transforma, lentamente arrancado, transportado hacia el goce, abrazado a ella. El mar, informe, simplemente incomparable”, escribía Margarite Duras en las páginas de su reconocida y premiada obra “El Amante”.

Es así como a través de historias en las que los detalles y explicaciones se proponen -y logran- estimular todos los sentidos, el tabú que alguna vez supo censurarlas se convirtió en el ingrediente capaz de avivar la imaginación de lectoras y lectores atrapados por el género erótico-romántico.

Ligado al erotismo, el sexo y el amor, este género tiene sus orígenes en el siglo XII, aunque fue en el siglo XVIII, con la llegada del espíritu libertino, que empezó a tomar su forma actual. En principio los escritos se enviaban como cartas entre nobles, con una redacción cuidada e insinuante, con la intención de conquistar a la mujer o al hombre deseado.

En un contexto marcado por el pudor, en el cual la provocación estaba destinada al escándalo, resultó tarea compleja que ciertos escritos llegaran a manos de sus lectores ya sea por su carácter “inmoral”, “sucio” y hasta considerado “pecaminoso”. Títulos como “Trópico de Cáncer” de Henry Miller (1934) e “Historia de O” (firmada bajo el seudónimo de Pauline Réage en 1954), ocasionaron tal escándalo que la primera fue llevada a juicio por “obscena” y “pornográfica”, mientras que la segunda estuvo cerca de correr el mismo destino. “Qué es Teresa”, de Jean Perri, fue publicada por primera vez en Francia en 1974, pero se distribuyó en mano, para así evitar su censura. Un párrafo aparte merece el reconocido Marqués de Sade, que con sus relatos exploraba la sexualidad en sus formas más extremas, incluso apelando a la violencia. Con“Justina o los infortunios de la virtud” y “Los 120 días de Sodoma” cosechó fuertes críticas y hasta se las definió como “obras malditas”.

Sin embargo los tiempos cambiaron y, lejos de la censura, el anonimato y la clandestinidad, este tipo de lectura se transformó en un fenómeno de ventas en Hispanoamérica. Las alternativas varían, hay quienes prefieren la literatura erótica y otros la literatura pornográfica, aunque es difícil marcar la sutil diferencia que las distingue y es común que ambos géneros se confundan con frecuencia. La primera es más bien sugerente y enaltece la sexualidad, juega con la simbología y la metáfora con la intención de estimular el deseo sexual, mientras que la segunda es más directa, grotesca, una narración pura y simple de una relación sexual, buscando que el lector disfrute, aunque puede resultar monótona. Sin embargo algunos argumentan que no existe diferencia alguna, ya que “la pornografía es la descripción pura y simple de los placeres carnales; en tanto el erotismo es la misma descripción revalorizada, en función de una idea del amor o de la vida social”, según explicaba el ensayista, novelista y crítico francés Sarane Alexandrian en “Historia de la literatura erótica” (1990).

En relación al auge de la literatura romántico- erótica, la escritora argentina *Anabella Franco, autora de “Nada más que una noche” y “Una noche con ella”, charló con Revista Furias, explicó su vínculo con el género, los personajes que componen sus historias y el rol activo de la mujer.

“La mujer también tiene derecho a fantasear”

Anabella afirmó que literatura erótica hubo siempre, “pero ahora se le dio un giro romántico que atrapó a muchísimas mujeres. Hoy en día, la sexualidad femenina está dejando de ser algo que se esconde: la mujer también tiene derecho a fantasear, pedir y dar, y eso es muy bueno. Creo que estas novelas del “boom” erótico actual pusieron de manifiesto que somos más libres, al menos en comparación con el pasado. Por eso las leemos en el subte, en la calle, y hasta las comentamos en el trabajo”.

¿Cuándo y cómo comenzás a vincularte e interesarte por el género de novela romántico-erótico y por qué lo elegís?

Comencé a leer novela romántica cuando tenía trece años. Como escribía desde los ocho, ni bien leí la primera historia del género, di mis primeros pasos en su escritura. Llegué a lo romántico-erótico de manera natural, porque sentía que faltaban escenas más sensuales y explícitas en las novelas que leía, entonces comencé a redactarlas. Poco a poco se complejizaron en cuanto a psicología de los personajes, la cual en mis novelas casi siempre aparece vinculada a alguna problemática que afecta la sexualidad (no poder establecer un vínculo duradero con alguien, prostitución, infidelidad, represión, etc.), hasta dar finalmente en lo romántico con tintes psicológicos y eróticos. No elijo este género, es lo que me sale escribir y lo que más me gusta, aunque también escribo policial y ciencia ficción.

Tanto en “Una noche con ella” como en “Nada más que una noche” encontramos a personajes con historias complejas y dolorosas capaces de movilizar al lector ¿Cómo es el proceso de empezar una nueva historia? ¿Están inspiradas en terceros, en historias propias o es tu imaginación la que logra crearlos?

Las historias surgen de la realidad misma, de lo que todos tenemos delante de los ojos pero no siempre sabemos apreciar. Soy una gran observadora que analiza todo lo que ve y que teje historias detrás de cada escena de la vida cotidiana. Eso mismo trato de plasmar en mis novelas: historias que podrían sucederle a cualquiera, pero tomadas desde la perspectiva de que lo que nos rodea también puede ser grandioso. La vinculación con mi realidad depende de cada novela: en algunas hay más de mi vida; en otras, menos, pero estoy convencida de todos los escritores revelan parte de su inconsciente en sus obras.

Escritora consultada: *Anabella Franco. Nació en Quilmes, Buenos Aires, Argentina. Es escritora y docente de literatura. Se desempeñó como jurado en diversos concursos literarios y como coordinadora de talleres de escritura.

 Imagen: Marcos Villalva

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