Por Manuela Carballo del Río
La violencia también tiene nombre y apellido, sabemos quiénes son y cómo se llegó al accidente en Once el pasado 22 de febrero, ese día se lamentó un terrible accidente y luego de tres días una nueva víctima fatal. Aunque una no sea partícipe de ejercer la violencia, sentí con ese suceso un sentimiento de furia, ya que me sentí y me siento responsable, responsable por mi silencio en tantas oportunidades, responsable por pensar en primer momento la suerte que tenía de no tener a ninguno de mis seres queridos dentro de ese tren; responsable por llegar hasta aquí y no haber podido modificar nada de todos los desastres que venimos pasando por años con los medios de transporte públicos, responsable por no saber a esta altura de la vida hacer valer mi derecho de estar segura cada vez que voy a mi trabajo o donde fuera.
Agoto todas mis fuerzas para reclamar por mis derechos, por mi dignidad machacada con la desidia de los gobiernos y empresarios. Agoto toda mi ansia de justicia social, qué tristeza la que siento hoy después de tres meses. 51 muertos, muchos heridos y tantos corazones desgarrados de tristeza, de injusticia.
Los medios se detenían en palabras vacías de contenido, al mismo tiempo que uno de las autoridades de transporte no pedía perdón, ni se hacía cargo de los años de abandono. Esto sucede porque todos ellos son dueños de una soberbia que los domina y les cubre los ojos dejándolos solo ver lo que quieren y no la realidad del momento en el que vivimos y las condiciones de los transportes públicos.
Hoy nos sigue doliendo este accidente, la muerte de 51 personas, y también la de Lucas, un fallecido que no se puede considerar una víctima ya que siempre estará la duda de que si de ser encontrado a tiempo su nombre figuraría en otra lista.
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