El cuerpo verificado

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Verificación del sexo en el fútbol femenino

Por Valeria Tellechea

 

“En consecuencia, cada asociación miembro participante deberá, antes de proceder a la designación de su selección nacional, asegurarse de que los jugadores considerados para la selección sean del sexo correcto. Para ello, estudiarán detenidamente cualquier anomalía de las características sexuales secundarias y documentarán íntegramente los resultados.”

Artículo 4 del Reglamento para la Verificación de Sexo, Federación Internacional del Fútbol Asociado.

 

Durante junio y julio del año anterior, se desarrolló en Canadá la Copa Mundial Femenina FIFA 2015. Aunque de costumbre el fútbol femenino suele pasar desapercibido a pesar del auge de los últimos años y, más allá de los resultados donde el equipo de Estados Unidos resultó vencedor, aún hay ciertas prácticas naturalizadas acerca de qué cuerpos son aptos o no para los deportes y cuáles son puestos en el ojo de la tormenta.

Cuando pensamos en las formas en que se desarrollan los deportes en nuestras sociedades, pensamos en las capacidades que las personas adquieren en el ejercicio de dichas prácticas. La habilidad y la destreza son piezas fundamentales para que puedan lograrse mejores resultados, más aún en niveles competitivos. Su regulación y reglamentación ha sido también necesaria para que dichas características sean relevantes y dejar de lado la violencia y la fuerza física, propias de siglos anteriores.

Sin embargo, este cambio en las formas de las prácticas no contempla los cuerpos femeninos. A lo largo de la historia las mujeres han sido, como en otros tantos ámbitos de la vida social, excluidas solamente por su propia condición. Es así como el deporte fue y es también un campo de disputas. Advertimos entonces que, muy a nuestro pesar, la historia del deporte y las mujeres ha sido siempre un lugar de controversia, donde los cuerpos femeninos no son permitidos dentro de los ámbitos considerados propios de la masculinidad.

Sin ir muy lejos en el tiempo, hasta se ha vuelto viral la imagen de Kathrine Switzer corriendo la maratón de Boston en 1967 con número de corredor, increpada por un juez de la carrera intentándola sacarla de la competencia pero ayudada por algunos corredores que la acompañaban. Todo esto cuando las maratones aún eran exclusivas para varones. ¿Qué pasaría si una mujer es capaz de desarrollar su musculatura y su destreza?

Más cercano a nuestros días, la corredora Caster Semenya, ya en 2009 y luego de ganar el Campeonato Mundial de Atletismo celebrado en Berlín, ha sido también foco de dudas acerca de su sexualidad por parte de las demás competidoras por su alto rendimiento y por considerar su contextura muy similar a la masculina. Dada la situación, Caster ha sido, en todo sentido, objeto de análisis y estudios para determinar su sexualidad.

En nuestros tiempos, la verificación del sexo para poder competir en el mundial de fútbol de la FIFA, continúa desplegándose como un mecanismo violento sobre los cuerpos. Pero no son cualquier cuerpo, sino los cuerpos de las mujeres. Para que una participante pueda ser parte de su seleccionado de fútbol, debe primero pasar por una serie de estudios que indiquen que son del “sexo correcto”. La surcoreana Park Eun-sun, dada su destreza y habilidad, ha sido blanco de críticas y cuestionamientos ya que sus características físicas no corresponderían al imaginario de una mujer.

Según nuestra cultura, sistemas de creencias, construcciones sociales, esos cuerpos escapan a nuestras posibilidades. Solemos pensar en términos binarios, en masculino y femenino, en macho y hembra, en varón y mujer. Pero esta dualidad no es inocente sino que responde al comportamiento de la sociedad en que nos desarrollamos.

Gayle Rubin ya en su pensado y superado sistema sexo/género, explica cómo actúan el conjunto de disposiciones sociales que logran trasladar la biología a todas las actividades sociales sin complejizarla, lo que genera las condiciones de desigualdad, la opresión como producto de las relaciones sociales específicas que lo organizan. Es en dicha opresión donde actúan todos estos mecanismos de control para determinar dentro del binarismo si respondemos al concepto mujer o a lo que se espera que debe serlo.

Además de los métodos de verificación sexual, de los controles de orina y de las exposiciones físicas grupales, una de las cuestiones más controversiales acerca de la verificación del sexo, se basa en los niveles de testosterona de algunas mujeres. La circular de la FIFA de junio de 2011 establece que las “hormonas androgénicas (básicamente la testosterona) tienen efectos que mejoran el rendimiento y pueden proporcionar una ventaja en el fútbol”.

Katrina Karkazis es experta en bioética de la Universidad de Stanford y ha continuamente cuestionado todas estas prácticas invasivas hacia las mujeres en el deporte de alto rendimiento, desde los Juegos Olímpicos hasta los mundiales de fútbol femenino. Según su artículo colaborativo ¿Fuera de los límites? Una crítica de las nuevas políticas de hiperandrogenismo en atletas femeninas de elite, en The American Journal of Bioethics (2012) existe un gran mito sobre los efectos físicos de la testosterona y otros andróginos. Aunque ayuda a incrementar el tamaño de los músculos, altura y rendimiento, hay respuestas dramáticamente diferentes a la misma cantidad de testosterona, además que es solo un elemento en un sistema neuroendocrino complejo, por eso no es posible medir cuán beneficioso puede ser o no en el deporte. En palabras suyas: “estas mujeres no hacen trampas, así de simple. No han introducido nada extraño en sus cuerpos. Sin embargo, estas políticas las tratan como a tramposas”.

Lo que se lee en todo este entramado es que es la mujer la que debe siempre diferenciarse del hombre y no a la inversa, pues se entendería que el ser varón es un lugar de ventaja, por demás a lo que deportes respecta. Como Teresa de Lauretis explica en La tecnología del género, “la diferencia sexual es en primera y última instancia una diferencia de las mujeres respecto de los varones, de lo femenino respecto de lo masculino; y aún la noción más abstracta de diferencias sexuales que resulta no de la biología o de la socialización sino del significado y de los efectos discursivos”. Lo que hace incluso más difícil pensar las diferencias entre las propias mujeres.

Karkazis sentencia: “Son mujeres que han vivido y competido como mujeres durante toda su vida. Sus documentos legales dicen que son mujeres. Así que, ¿por qué les están exigiendo verificación de sexo?”.

¿Cómo pensamos entonces estos cuerpos que en sus prácticas cotidianas se construyen y deconstruyen como mujeres? Para Judith Butler, los cuerpos se vuelven inteligibles a partir del género, de su práctica permanente, de su performatividad repetitiva, lo que indica que son construcciones, ficciones del discurso. El género es entonces ese dispositivo que constituye a los cuerpos en la naturaleza a través del discurso jurídico, médico, político, social. Es por lo tanto allí, en esos discursos, donde debe darse la batalla, la discusión, para que puedan repensarse los límites de lo que un género debe o no ser, si es que deba ser algo en particular, pues nadie sabe de lo que un cuerpo es capaz.

 

El COI (Comité Olímpico Internacional) ha decidido que las personas transexuales podrán participar de los JJOO Río de Janeiro 2016 sin necesidad de realizar la reasignación, aunque deberán someterse a terapias hormonales para “equilibrar” niveles de testosterona, en el caso de mujeres trans.

Imagen: Florencia Di Tullio

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