La redención de Barbie

LA REDENCIÓN DE BARBIE
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Por María Celeste Lamamí

Los cines están tan de fiesta como los fabricantes de absolutamente cualquier producto que venga en rosa: se estrenó Barbie, con una recaudación récord.

Con una fantástica estrategia publicitaria y un despliegue de alfombra roja medido hasta el último detalle que obsesionó por igual a fanáticos de la muñeca, cinéfilos y a los conocedores de la moda y de la alta costura (un párrafo aparte para los looks de diseñador que usó Margot Robbie en todo el press tour), Barbie prometía muchísimo sin dejarnos adivinar nada de lo que íbamos a ver.

La expectativa no viene sólo por el increíble equipo de trabajo detrás de la película -que no es poco-, ni por la necesidad imperiosa de subirse al tren rosado que invadió nuestras vidas en las últimas semanas. Esta película es la primera inmersión del mundo Barbie al “mundo real”; hasta ahora, sólo conocíamos las versiones animadas de las muñecas en el cine, con un público infantil y sin ningún appeal para los +20. Y este concepto de mundo real no se refiere solamente a tener actores de carne y hueso: la existencia de Barbie está sobre la lupa hace ya varios años, y las críticas serían mucho más fuertes hoy en día si no fuera porque la muñeca perdió relevancia.

Hasta ahora, las visiones más comunes sobre nuestra rubia protagonista y su mundo son dos: o bien se la ve con una cariñosa añoranza del pasado, que a veces llega a cierto punto justificatorio casi rozante con el feminismo bajo el lema de que Barbie nos enseñó que todas podíamos ser todo lo que quisiéramos; o se la señala como una de las principales responsables de los estándares irreales de belleza que atormentaron a las mujeres por siglos, siendo la viva imagen de la “belleza americana”.

Cada una de estas visiones tiene sus contraargumentos. Ante el argumento de aquellos que ven a Barbie como la encarnación de los estándares irreales de belleza, volver a las bases de creación de Barbie nos recuerda que fue diseñada bajo la idea de darle a las niñas un juego de soñar con su yo adulta e independiente, mostrándoles que podían ser quienes quisieran en la vida y elegir un amplio abanico de profesiones.

Pero aunque Ruth Handler, la creadora de Barbie, haya manifestado este deseo de empoderar a las nuevas generaciones a través del juego, también supieron incorporar y aprovechar las visiones más conservadoras de la época. Así lo vemos en el documental The Toys That Made Us, donde se relata cómo el psicólogo Ernest Ditcher descubrió a través de un focus group que aquellas madres reticentes a comprar la muñeca (entre otras cosas, por la sobre sexualización de su figura) terminan aceptándola al notar que impulsaba a sus hijas a ser más femeninas, algo que terminaría facilitándoles el conseguir marido; y, de la misma manera, el primer comercial de Barbie resaltaba todas las posibilidades de carrera, pero cerraba con la carrera más importante -y más viable- para una mujer en los 50: una Barbie vestida de novia. De la misma manera tenemos a la controversial Barbie que venía con una balanza marcada permanentemente y un libro cuyo frente decía “¿Cómo bajar de peso?” con la respuesta en la contratapa…”Dejar de Comer”.

Si revisamos la historia de Barbie nos vamos a encontrar tanto con chascos como las infames Barbies anoréxicas, pasando por la Barbie embarazada y la Barbie “en desarrollo” (sí, de verdad existió una Barbie a la que le podías inflar los pechos moviéndole el bracito), como con Barbies contemporáneas a las estéticas de cada década y, en menor medida, a las transformaciones sociales. Así es que además de tener fantásticas Barbies en calzas neón en los 80, o una Barbie rockera subida al grunge de los 90, tuvimos a las Barbies “curvy” en 2016, las primeras Barbies con discapacidades físicas en 2019, y una Barbie con síndrome de Down en 2022.

Si bien estas introducciones son celebradas y probablemente tengan un gran efecto sobre las generaciones más jóvenes, es notorio lo mucho que tardaron en llegar. Y más notorio se hace cuando intentamos encajar esta historia dentro de la narrativa más positiva y feminista de Barbie.

Y es que las críticas son tan acertadas como real es hacerle varias concesiones al relato positivo: Barbie sí fue, en efecto, diseñada bajo la idea de darle a las niñas un juego de soñar con su yo adulta e independiente. Es totalmente intencional que las primeras Barbies no fueran Barbies madres, que la Barbie embarazada haya sido un absoluto fracaso, que no hubiera ninguna Barbie oficialmente casada y que Ken estuviera destinado a ser siempre novio, jamás esposo. Querramos o no, la perspectiva era bastante revolucionaria para el momento en el que nació. Y lo mismo pasa si revisamos la historia de la primer Barbie negra, lanzada en 1980 : una muñeca inspirada en una de las primeras trabajadoras negras de Mattel , cuyo diseño impulsó la contratación de un equipo integrado exclusivamente por personas de color y cuyo lanzamiento fue, en palabras de las personas involucradas, “una pequeña revolución”.

En el afán de formar una opinión sobre este debate y con todos estos elementos positivos en la balanza, me quedo con una incertidumbre aún más grande y un contrapeso que arroja por la borda todas las concesiones que le podamos hacer. Si Barbie se animó a insertar una discursiva con pretensiones feministas en plenos años 50; si se animaron a introducir una Barbie negra cuando la representación a la comunidad era prácticamente nula; si tomaron con la debida responsabilidad la representación de la comunidad en el diseño y lanzamiento de esta muñeca; ¿por qué tardaron tanto en introducir otros modelos corporales de Barbie? ¿El problema de Mattel es sólo la imagen física?

Esa simple pregunta alcanzó durante años para desacreditar cualquier otra misión, visión y esfuerzo que Mattel tuviera. Y el rechazo social no fue el único: las ventas vienen cayendo en picada en los últimos años -con un récord de caída interanual del 20% en 2016 – mientras que, en paralelo, surgen nuevas figuras con el esplendor de la novedad y probablemente un ojo más curado para el siglo 21. Frozen nos trajo a Elsa, la princesa que, si bien rubia y hegemónica, nos introduce una narrativa de aceptación y empoderamiento en nuestras diferencias. Mientras tanto, Lego se apoyó en el formato película para romper la pared divisoria entre el juguete y el mundo real, y logró así posicionarse como la compañía de juguetes más grande del mundo, superando a Mattel en el 2014. Como reconoció el mismo VP de Mattel, Richard Dickson, Barbie había perdido relevancia porque ya no reflejaba al mundo real. La transformación era necesaria.

En momentos donde la diversidad es uno de los temas más revisados y la necesidad de crear una mayor conexión con los usuarios es imperativa para mantenerse relevante, tomar el cine como herramienta suena casi obligatorio, como demostraron otros jugadores mucho más ágiles. Ante esta perspectiva, Mattel tenía una enorme presión: el fracaso de la película, la mala entrega o interpretación del mensaje o la falta de realismo en la narrativa hubiera sido tan resonante y popular como lo es hoy en día su increíble éxito. Y, ante esa presión, eligieron una fórmula más que correcta. Con una directora femenina (Greta Gerwig, especialista en dirigir películas con protagonistas femeninas e imprimirles una gran cuota de sensibilidad y realismo) y un guión lleno de auto-chistes que le permite a Mattel asumir y digerir livianamente todas las críticas, desde el minuto uno nos vemos inmersos en una película que refleja fielmente absolutamente todos los pensamientos previos que hayamos podido tener. Como una especie de auto-premonición, Barbie se pone cara a cara ante todas las críticas que ha recibido: imagen poco realista, sexualización, estándares dolorosos para las mujeres y hasta fascismo, en una historia que al mismo tiempo logra levantar la bandera de los valores originales que impulsaron el nacimiento de nuestra estrella, poniendo en perspectiva la importancia del juego en todas las edades y la conexión sentimental que desarrollamos en el proceso, enmarcada en una narrativa de madre e hija que logra interpelarnos de manera muy efectiva; algo que no es de extrañar teniendo en cuenta el historial de Greta para retratar este vínculo (vean Lady Bird!).

Si bien se puede decir que el mensaje feminista que la película entrega es un poco blando -crítica con más sentido aún viniendo de feministas con un poco más de recorrido- es importante no perder de vista lo que esto es: una película ligera, de comedia, que nos entra por los ojos con sus colores estridentes y con una excelente campaña de marketing, para sentarnos en esa butaca del cine y pasearnos por una montaña rusa emocional que primero nos afloja con chistes y guiños a la cultura popular para luego entregarnos una dosis de realidad cuando menos la esperábamos, y de la misma manera viajar desde un casi-cierre muy conmovedor hacia el más inesperado chiste final. En este mix con tiempos excelentemente manejados vemos también condimentos para todas las audiencias: si bien Barbie es una película más disfrutable para los jóvenes adultos (y sobre todo jóvenes adultas), el target de venta de la muñeca seguirán siendo mayoritariamente los niños (nuevamente, sobre todo, las niñas), quienes pueden no entender el chiste de la Barbie con depresión, que probablemente no experimentaron aún el mansplaining ni se hayan sentado a ver la saga completa de El Padrino por un novio, pero que ya llegaron al cine arrastradas en un huracán rosa y que disfrutarán la película y entenderán, al menos a medias, el mensaje.

Barbie puede no ser un punto de quiebre del feminismo, y no tiene porqué serlo; pero el feminismo sí fue el punto de quiebre de Barbie. La capacidad de Mattel de convertir los puntos de quiebre en un rebranding estuvo presente en toda su historia, y esta película es la cereza del postre de la camaleónica identidad del Barbieland. Tal vez así Mattel logre reapropiarse su fórmula del éxito, reflejada en el cierre de la película por nada más y nada menos que Ruth, la madre de todo este universo: los humanos sólo tenemos un final, pero las ideas viven para siempre.

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