Internacionales: Chile
Por Esteban Morales Gallardo
Hace un tiempo dejé de lado mi viejo teléfono celular pues, querámoslo o no, las necesidades ya nos han sido inducidas incluso para las personas que nos creemos conscientes de que el cambio de nuestras preferencias esta dado desde afuera, por la vorágine del marketing comercial. Craso error: todos nosotros estamos inmersos en una sociedad que hace de la renovación del mundo y del flujo de las cosas una forma de vida de la cual, sin ánimo de ofender al más ecologista de la tierra, es imposible escapar.
Preguntarse por el medio ambiente desde esta posición resultaría, en apariencia, como el clásico cuestionamiento sobre el reciclaje de elementos que usamos para, de esa forma poder darle un nuevo uso. Sin embargo, me gustaría reparar en dos elementos que escasamente han sido tomados en cuenta al momento de replantearse el propósito de una conducta ecológica acorde con el bienestar de nuestro hábitat.
En primer lugar, la forma de consumo es un elemento central de un sistema de producción en crisis la cual no hace responsable a ninguna esfera institucional, particular o incluso personal, de los residuos presentes en un proceso de producción “eficiente”, parafraseando a los grandes mentores de la economía liberal. Pero, más allá de ver cómo se articulan los nodos de producción de productos, lo que interesa acá es plantearse cómo la disponibilidad de cosas producen cambios en las formas de vida de nosotros los sujetos, tanto como consumidores o trabajadores de estos complejos eslabones de los cuales la retórica ecologista nos hace, incluso, responsables.
Sin el ánimo de dar falsos palos de ciego, es innegable que el sistema de producción, al posicionarnos en una forma de vida ligada al consumo, nos deja un problema no menos importante pues, a pesar de los esfuerzos insuficientes de reciclaje, nos deja con un montón de basura que se sigue acumulando sin desaparecer y siendo reemplazada por otras, lo cual extrapolando a las diferentes esferas problemáticas de la actualidad, toma un posicionamiento ideológico pues independientemente de buscarle un sentido, la idea, a veces solapada, es que con la cantidad de recursos no renovables es imposible vivir en un mundo mejor que éste pues será precisamente la conducta humana la que rompería con el equilibrio biótico.
Sin embargo, nosotros también somos seres biológicamente constituidos que somos parte de este mundo por lo que, en ningún momento somos aquel cáncer que perturbamos el equilibrio natural sino que, podríamos decir, que están inmanentes en la naturaleza todos esos posibles cambios que, incluso son plausibles a niveles catastróficos. Con ello, temas como la sustentabilidad, reciclaje y nuevos usos de los desechos parecerían ser una nueva herramienta de responsabilización y de purga con la que nosotros, las personas, somos sometidos una vez más.
La temática ecológica contaría con un relato conservador que no nos permite ir al fondo de la problemática, de ahondar y participar en la construcción de un nuevo mundo, diferente, en el cual podamos convivir con los recursos de forma organizada, al interior de su narrativa se sitúa la idea de no cambiar la condición equilibrada de este sistema natural lo cual niega, de facto, la noción de independencia y coherencia de ésta y, con esto, nos despojaría de la mínima posibilidad de poder cambiar el cómo nos relacionamos con nuestro medio ambiente.
En segundo término, está presente la noción de cómo podemos participar en hacer de nuestro planeta un lugar más habitable tanto para nosotros como para el resto de las especies. En ese sentido, es preciso retomar una conducta ambientalmente responsable, en cuanto sujetos de consumo, la cual con el solo hecho de modificar nuestra forma de pensar, podremos cambiar una pequeña parte, modificando nuestro hábitat más inmediato. Para cambiar la forma en que se lleva a cabo una conducta responsable con nuestro medio ambiente sería, parafraseando a Paulo Freire, una concientización que implique un cortocircuito cultural que permita la articulación de una minoría activa para generar cambios reales aliándose con otros movimientos sociales. Trabajar una conducta medio ambiental desde la autogestión implicaría salir de las conductas ecologistas individuales que algunos sujetos tienen hoy en día.
La acción colectiva ambiental, como en todo orden de cosas, implicaría ir más allá del empoderamiento particular de tomar conciencia propia de tal forma de poder reanudar un espíritu de protesta que nos haga partícipes de la configuración de nuestro ambiente. Para retomar la confianza en el estado, primero hay que salir de las reformas conservadoras que el ecologismo da a las políticas públicas ambientales. Salir de las burbujas residenciales y de pequeñas prácticas que funcionan como aspirinas metafísicas morales que no propiciarán la transformación de nuestro hábitat. Restablecer la comunidad que, por años, ha sido estigmatizada por los mismos grupos reaccionarios y fragmentados de siempre sería la única salida para ser parte del mundo y no caer en él.
Para la existencia de un cambio en lo que se hace con nuestros desechos, hay que actuar teniendo claro que, al momento de tirar a la basura cualquier cosa para cambiarla por otra, debe existir una preocupación colectiva que se pregunte hacia dónde van nuestros desperdicios y no hacer como si no existiesen. Todo lo que tiramos va a parar a alguna parte. La idea estaría en no caer en la burda imagen que se tiene de los ecologistas neo hippies de aislarse de una sociedad que cambia, sino de comprender y aceptar el mundo como está dado y hacer algo, en la medida de lo posible, para encontrar humanidad y demostrarle a nuestro medio ambiente que de verdad nos importa. Por mi parte, empezaré por reutilizar mi vieja campera y por desempolvar mi bicicleta.
Imagen:Paula Saldaqui
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