Recorrido por el Eje Cafetero (Y cómo dos mujeres solas se lanzan a “hacer dedo” en tierras  de mitos y guerrillas)

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Por Laura Charro

 

Las principales ciudades que forman el triángulo del llamado Eje Cafetero Colombiano son Armenia, Pereira y Manizales. Las tres son ciudades importantes pero en su mayoría sin grandes atractivos naturales. Nosotras decidimos saltear los dos primeros destinos obligados y reemplazarlos por pueblitos cafeteros de la zona con tierras repletas de siembras de café y que tienen la típica estructura pueblerina de plaza principal rodeada por la iglesia, alcaldía, casas bajas y su gente que sale a sentarse, encontrarse y pasearse en moto dando la vuelta a la manzana principal. Balcones coloniales y de colores adornan y dan ese aire de alegría colombiana que se respira.

Llegamos a la pequeña Salento que tanto nos recomendaron y ni bien llegamos -ya de noche y sin alojamiento- la amamos cuando vimos esa Calle Real repleta de balcones de colores, locales con artesanías, pequeñas galerías, cafeterías y músicas varias saliendo de bares y casas. Después de regatear (virtud indiscutible de mi compañera de viaje) conseguimos un hotel hermoso a muy bajo precio que estaba casi vacío de huéspedes por baja temporada. Salento se está convirtiendo en un punto turístico en crecimiento. Llega el turismo mundial y con ellos los hospedajes se vuelven más caros. El motivo de tanta afluencia turística no es sólo su belleza sino la cercanía al imponente Valle del Cocora. Los jeeps que llevan al Valle cuestan $7200 pesos colombianos (3,50 dólares aprox.) ida y vuelta. Se viaja en asientos o de pie en la parte trasera por el mismo precio. El precio no nos gustó demasiado, tampoco la forma en que se viajaba que nos pareció algo peligrosa y el próximo jeep salía en dos horas y media. Era ese el momento de arrancar: nos fuimos a la ruta a probar el poder de nuestro dedo pulgar “haciendo dedo” (auto-stop), previo paso por el supermercado para comprar lo necesario para almorzar una vez llegadas al Valle. Luego de unos diez minutos de dedo y poco paso de autos nos frena un camión repartidor de helados con conductor y acompañante. De la emoción que nos dio, dejamos olvidada en la ruta nuestra bolsa con los futuros sándwiches. Una tristeza que no opacaba nuestro primer triunfo de auto-stop.

El Valle del Cocora es una maravilla natural, con las palmeras (Palmas de Cera) que son árbol Nacional de Colombia y crecen hasta sesenta metros, son consideradas las más altas del mundo. Por allí recorrimos, metí los pies en el helado río, y nos sentamos a contemplar la belleza y a reírnos de nuestro picnic frustrado. Desde Salento hicimos base para visitar la pequeña localidad de Filandia. También viajamos haciendo varios trayectos “a dedo” ya que desde el pueblo hasta su salida, el cruce de las carreteras, hay varios km.

Nuestra última parada en la semana dentro del Eje fue Manizales, con almuerzo previo en Pereira  adonde nos llevó una mujer profesora de economía -que antes de bajar nos regaló dinero a pesar de nuestra insistencia en que no era necesario- y su amigo que alguna vez fue mochilero en su juventud. La llegada a Manizales la hicimos en el vehículo de un matrimonio joven, su hija de 11 años y el pequeño de 8, que no nos hicieron muchas preguntas en el viaje (algo extraño ya que todos/as los/as que acceden a llevarnos nos consultan hasta donde vamos a viajar, de dónde venimos, a qué nos dedicamos y cuánto tiempo vamos a estar viajando, como preguntas típicas y casi obligadas) ya que tampoco había mucho diálogo entre ellos y sólo abundaba la ensordecedora música electrónica que nos acompañó todo el trayecto. Viajamos a lo largo del Eje Cafetero también con un estadounidense que vivía con su mujer colombiana y puso un hostel, un repartidor de lácteos que nos regaló un litro de leche (que disfrutamos en ricas chocolatadas) y unos caramelos, un camionero que iba a buscar ganado y nos llenó de historias sobre guerrillas y asesinos, una mujer que organizaba encuentros de poesía y su hija bailaba tango en argentina…

En contra de nuestros propios miedos y también los ajenos y hasta de las propias personas que nos llevan en sus vehículos, nos lanzamos a la ruta a levantar el pulgar que activa los miedos y prejuicios y que también posibilita grandes e insignificantes charlas con desconocidos/as que nos cuentan sus experiencias y sus universos mágicos o rutinarios y sus filosofías de vida. Una mujer se nos acercó mientras estirábamos nuestros pulgares de la suerte y nos dijo: “¿no tienen miedo de que las secuestren? Hay mucha gente mala” y le respondimos que también hay mucha gente buena y que si fuera por eso no saldríamos a la calle todos los días. Las buenas acciones abundan, por millones, cotidianamente. Algunas pequeñísimas, otras enormes e inolvidables, pero no tienen prensa alguna. Las malas salen en los diarios todos los días. Y así nos vamos llenando de prejuicios, de miedos, de alarmas, de seguros contra todo riesgo y construimos una perfecta individualidad que no permite confiar en que hay personas dispuestas a llevarnos a cambio sólo de una charla, ni frenar el vehículo a quien está en la ruta haciendo dedo por miedo a que sea peligroso/a.

Estas dos mujeres se arriesgan (porque qué es sino la vida) a derribar mitos sobre violencias colombianas y se paran en las rutas desiertas al rayo del sol estirando sus pulgares y con carteles improvisados anunciando el lugar de destino. Esto también es parte del placer de ser viajante y disfrutar la ruta, la vida y el camino.

 

Blog de viaje: https://mujerenviaje.wordpress.com/2014/08/06/recorrido-por-el-eje-cafetero/

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