3 de junio en Curuzú Cuatiá. Sensaciones una semana después

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Por Valeria Tellechea

Hace una semana por cuestiones laborales me tocó vivir la marcha de #NiunaMenos en Curuzú Cuatiá. Mientras anhelaba poder estar en la ciudad y compartir con mis amigas de la revista las emociones y sensaciones de ver a tanta gente movilizándose, más allá de un hashtag, me tocaba vivenciar lo que el slogan de la campaña podía hacer en una ciudad del interior del país, en donde la tranquilidad y el ritmo lento parecen marcar el día a día, donde la humedad es alta, las voces son bajas y donde “esas cosas no pasan”.

Desde el año pasado tengo la suerte, junto con un gran equipo de personas, de poder dar talleres de género a través de todo el país. Debo decir que las escuelas son mis preferidas. Los chicos y chicas siempre se copan y las cosas que salen de esos talleres son increíbles.

El día anterior a la marcha era muy loco ir caminando por la calle y que se notara el clima que se avecinaba. Ver carteles pegados en los negocios, hechos por computadora o escritos a mano. Que la chica de la librería nos diga “nos vemos en la marcha”, que los chicos de la escuela se cuestionen y que las chicas la tengan re clara ya. Ese día terminábamos justo con un taller a las cinco. Como digno clima de Corrientes, en ese momento se largó una lluvia muy fuerte que duró unos minutos. Salimos en grupo hacia la marcha pero en la plaza Belgrano ya no había nadie. La lluvia había logrado que no pasara nada.

Luego de dar vueltas volvimos al hotel. Pero al parecer sí habían sucedido cosas. Sí hubo marcha. Sí hubo gente que se reunió y marchó con lluvia y todo. Mucha gente para lo que unx curuzucuateñx pudiese imaginar. Pero también hubo otras cosas. En ese mismo momento la gente vio pasar patrulleros y ambulancias por la plaza, nadie entendía qué pasaba, por qué tanto despliegue.

Esa noche nos enteramos. Que mataron a una chica de 16 años. Que fue el padrastro. Que la madre, embarazada de 4 meses,  está grave. De repente Curuzú estalló en mil pedazos porque ahí “esas cosas no pasan”. Al otro día volvimos al colegio y ya todxs sabían. Un silencio bajó la revolución adolescente. No conocían a la víctima, pero era una chica de su edad. De repente sabían que estábamos ahí, creían que algo podíamos hacer y nos pedían ayuda. Una docente entre lágrimas nos cuenta que la chica era su alumna, que tenía varios hermanos chiquitos que ahora estaban solos, que Curuzú los había dejado solos. Suspendimos por un rato el taller y entre los mismos chicos y chicas charlaban sobre qué podían hacer, que siendo una escuela técnica podían hacer camas en el taller, que podían juntar ropa, juguetes y alimentos para llevarles y que podían hacer muchas cosas más.

Otros casos comenzaron a aparecer y nos preguntaban qué hacer, dónde denunciar, a quién recurrir. Porque ahí se conocen todos y después queda en la nada. Y se me llenó el pecho de bronca, porque la mataron y ya no se podía hacer nada por ella, tenía que ser la fuerte a pesar de las ganas de llorar, que había cosas que podíamos hacer y muchas más las que no. Y que con lo que hacemos no es suficiente porque nunca es suficiente, que no tenemos la solución en nuestras manos, que nos volvemos y ellxs quedan y que aunque nos quedáramos, cuánto podríamos haber hecho.

Pero a la vez pienso en todo lo que esas chicas y esos chicos nos demostraron y me vuelvo con una certeza: ya no me lamento no haber estado en la marcha porteña, porque el #NiUnaMenos va más allá de un hashtag, va más allá de un lugar, va más allá de un día.

Foto: Fabiana Almeida

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