VIOLACIÓN EN GRUPO: Entre pedido de justicia y discursos de violencia

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Por Ornella Maritano y Gabriela Bard Wigdor *

Violación grupal en Buenos Aires 

Un domingo de fines de febrero del 2022 a la siesta, plena luz del día, seis jóvenes de edades que van de los 20 a los 24 años, abordan a una mujer de 20 años en el barrio de Palermo, Buenos Aires (Argentina) y posteriormente la introducen en un automóvil donde se turnan para violarla. Las cámaras de seguridad de la calle muestran el momento en que estos varones “eligen su presa” al azar. Luego las cámaras de la calle captan a la víctima caminando con dificultad del brazo de uno de ellos, se encuentra visiblemente mal, parece drogada o borracha. La sientan en un quiosco, el quiosquero testifica a los medios que notaba que la chica estaba mal pero que no intervino porque “no sabía qué pasaba”. Cuenta que los había echado del kiosco por disturbios, estaban tomando cerveza con la piba abordada un rato antes. Se van y se llevan a la víctima con ellos, la tienen sujeta, como la presa que es. 

Para la violación grupal en el interior de un auto blanco a plena luz del día se organizan entre ellos. Dos varones se quedan fuera “haciendo campana” y cuatro de ellos, al mismo tiempo, abusan de la víctima. Los dos que permanecen afuera tocan la guitarra, disimulan lo que pasa con música y fiesta. A lo lejos, la dueña de una panadería se da cuenta de la situación y decide interceder junto a otros vecinos, sale con una escoba para que se aparten de la chica, ante lo cual, los jóvenes reaccionan con violencia y golpes contra lxs vecinxs de la zona que se suman para capturarlos y contra la piba abusada, a quien arrastran de los cabellos en un intento de escapar llevándosela. 

La sociedad se entera por las cámaras de televisión, por los posteos en las redes sociales y en celulares que se inundan de frases, videos de los jóvenes que violaron, consignas feministas, expresiones de bronca y dolor, pedidos de justicia y de cárcel (que no son necesariamente lo mismo). Algunos varones graban videos reflexivos que suben a sus perfiles de Instagram, hay quienes desean públicamente que en la cárcel estos jóvenes sean violados. Se publican los rostros y biografías de cada joven involucrado, sus documentos de identidad y la dirección donde viven. Solicitan que los maten, que se suiciden o que se pudran con cadena perpetua. Al mismo tiempo, la Universidad de San Martín de Buenos Aires comunica que sanciona a dos de ellos que son alumnos regulares de allí y que probablemente los expulsen. Se difunde que otro de estos jóvenes milita en una organización “oficialista” de la cual ya se encuentra desvinculado en palabras de su dirigente (también cis varón heterosexual). Los diarios hegemónicos cubren la noticia en la sección de policiales o de sucesos, perpetuando la idea de que las violaciones son un asunto sorpresivo, anormal, individual o privado. Columnas de opinión sobre la violencia de género, las masculinidades y los castigos pretendidos. La indignación social oscila entre llamarlos locos, enfermos, sádicos y desviados o enunciar la consigna de “hijos sanos del patriarcado” a los cuales, de todos modos, les desean la muerte. Sectores del feminismo publican frases como “agradezcan que no pedimos venganza sino justicia”. Y en el medio nosotras, las autoras de este texto, sintiéndonos muy contrariadas, tristes, desorientadas e impotentes, con muchas preguntas anidando en la garganta… Queremos compartir algunas de ellas: ¿Cómo abordamos estas situaciones por fuera de la patologización de los sujetos o de la lógica punitiva de oponer cárcel y/o tortura a los culpables? ¿Qué pasa cuando queremos justicia, pero desde paradigmas punitivistas y patriarcales? ¿realmente creemos que nunca nos veremos envueltas en una situación como esta? Y no nos referimos solo a ser abusadas sino a tener un vínculo afectivo, estrecho con un varón que cometa una violación. Pensemos juntxs.

¿Por qué no son enfermos y sí hijos sanos del patriarcado?

Hombre no se nace, se llega a serlo, parafraseando a Simone de Beauvoir. Y estos varones que violaron, fueron y son socializados en un orden estructural y cotidiano que es patriarcal, capitalista, racista, capacitista y, por tanto, violento. Los varones son subjetivados en el mandato de potencia como capacidad de dominio. Son impulsados a dominar, conducir, organizar y gobernar sobre el cuerpo de las mujeres y colectivos feminizados. Rita Segato nos enseña que la masculinidad se configura bajo ese imperativo de detentar poder económico, social, intelectual, cultural y sexual. El hombre puede y debe poder siempre. Ese es el dictado de la cultura desde que son nombrados en la panza como varones. 

El trayecto de la “hacerse hombre” se inicia desde el primer llanto, cuando un varón llega al mundo y lo aguardan un conjunto de ritos, desafíos y lecciones para que aprenda a “hacerse macho”. Otros varones adultos van a ser una referencia sobre cómo vincularse al mundo, de qué modos comportarse, sentir y lidiar con lxs otrxs no varones. El mandato masculino es no ser bebé, mujer o maricón. Las relaciones que se van tejiendo entre varones son entonces escasamente amorosas, a riesgo de ser considerados maricas, escasea la cooperación y la empatía. Se organizan entre ellos como corporaciones, en grupos de poder con estructuras piramidales donde unos gobiernan sobre otros de acuerdo a la pertenencia de clase, raza y otras posiciones que atraviesan al sujeto. Queremos decir que no es lo mismo ser varón blanco que negro, tener algún tipo de discapacidad que ser una corporalidad “normalizada”. En base a esas desigualdades, ellos aceptan ser gobernados por varones que ocupan la punta de esa pirámide de la masculinidad que es el varón blanco, heterosexual y potente. Lo asumen porque como dice Carole Pateman, politóloga feminista, el contrato sexual que gobierna el patriarcado implica que los varones van a aceptar ser desiguales entre sí, siempre que pueden dominar cada uno de ellos a al menos una mujer. Dominar, someter, controlar, saquear, extraer, son verbos afines a la masculinidad hegemónica. 

En ese sentido, la masculinidad hegemónica, es decir, la forma predominante de ser varón, es intrínsecamente violenta porque subjetiva a los varones en el ejercicio de la violencia sistemática para sostenerse en una posición de dominación de género, que es el pilar de ser varón. Implica desde las violencias cotidianas y de baja intensidad, a las extremas como el femicidio o la violación. Básicamente, los varones están siendo formados como violentos todos los días, porque el patriarcado se inscribe en el cuerpo de todxs, pero en el de los varones funciona como vehículo de disciplina y sometimiento de las mujeres y corporalidades feminizadas. No es que todos sean violadores, pero sí que todos cometen abusos de diversa índole a lo largo de su vida. Seamos sincerxs, especialmente les hablamos a los varones: ¿están seguro que no abusaron de las energías psíquicas, físicas, emocionales de las mujeres de su entorno? ¿Nunca miraron para otro lado cuando un varón violentaba a otro varón, mujer o disidencia sexual? La vida de los varones se sostiene en las múltiples extracciones diarias de las energías de las mujeres que los rodean, no se ocupan de los cuidados ni de tareas domésticas, no atienden al placer de la otra, golpean y abusan de otros cuando deben “medirse con otro tipo”. Sepamos que estamos ante violencias políticas y que las violaciones son crímenes de poder por medio sexuales como definió Rita Segato, que sirven para perpetuar este orden desigual y violento. La cultura hegemónica funciona como un mecanismo de legitimación social de esta situación.

Entonces, ser varón es una posición en la estructura social y no meramente una identidad, por eso se trabaja día a día en mantener el status de macho. Así, como es una posición que se debe defender de modo constante, la masculinidad se siente y se sabe frágil, en cualquier momento puede fallar, puede no dar con el target exigido por los pares. Cuando el varón siente que falla, su masculinidad se desmorona y acarrea tragedias como los femicidios y las violaciones, que son formas de terrorismo contra aquellas mujeres que dicen amar y para todas nosotras como amenaza constante. 

Mientras, la cultura de la violación se afianza y atraviesa nuestras vidas. El concepto fue acuñado en los años 70 por los movimientos feministas de EEUU para señalar un sistema que avala, tolera y reproduce el sexismo a través de discursos estatales, cinematográficos, televisivos, familiares, etc. Todas las instituciones son atravesadas por el patriarcado y por esta cultura que comprende valores, prácticas y representaciones compartidas acerca de las relaciones sociales, entonces ¿son estos varones que violaron una anomalía del sistema? Además, ¿no es acaso el reclamo social de que violen a estos varones en la cárcel, que les prendan fuego, que los maten, les corten el pene, un emergente de esta cultura de la violación? Asimismo, ¿no es cultura de la violación desconfiar de la palabra de una piba que dice que la abusaron?, ¿no es violencia decirle a una víctima que provocó o que no se cuidó lo suficiente? Cultura de la violación es naturalizar decirles a las pibas que no salgan de noche, que no se vinculen sexualmente con desconocidos, que si se vistieron de determinada manera se lo buscaron o que debían haber actuado de otro modo. Sepámoslo ya, pronunciar una duda, interrogante o cuestionamiento sobre quién vive un abuso es una forma de revictimización y de agresión.

Nos sinceramos nuevamente, de alguna manera nos tranquiliza decir que los violadores son enfermos, desviados o locos, antes que admitir que son un producto de nuestra sociedad, que son varones como aquellos que forman parte de nuestros entornos, a veces, incluso, son nuestros hijos, parejas o familiares. No olvidemos que los femicidios y las violaciones sexuales son predominantemente del círculo íntimo de las víctimas. En este esquema cultural, la violación es la práctica más extrema para manifestar ese poder masculino. Una disputa, importante es decirlo, en la que nuestras corporalidades son territorios de conquista, y nada más que eso. En nuestra sociedad, las corporalidades feminizadas y disidentes no somos más que objetos a ser tomados, despojadxs de toda condición de sujetxs.

La violación sexual es un crimen de poder 

En la violación consumada, Segato encuentra tres referencias respecto al discurso de los violadores y a la hora de comprender por qué cometen el delito. La primera configuración responde a la práctica de castigo, como un acto disciplinador o de venganza contra una mujer que abandonó o intentó abandonar su posición subordinada, desafiando las relaciones de género donde el varón es dominante. En segundo lugar, la violación como afrenta contra otro hombre, como pasa en la guerra, donde ocupar el cuerpo de las mujeres mediante la violación es como hacerse del territorio enemigo. Y finalmente, la violación como demostración de potencia, hombría, virilidad y fuerza ante sus pares, de modo de preservar y defender su estatus dentro de esa corporación. Creemos que en el caso que hoy nos devela, estamos ante la demostración de poder entre varones que ciertamente no son pares, son desiguales y compiten por ocupar posiciones de poder. En efecto, un hombre debe ser capaz de demostrar su virilidad y, por lo tanto, bancársela. El sujeto no viola porque tiene poder o para demostrar que lo tiene, sino porque debe obtenerlo. Por tanto, estos actos lejos están del deseo o del erotismo, sino que constituyen una clara manifestación de poder cuya escenificación se despliega sobre los cuerpos feminizados. Ellos se hacen la guerra a través de nuestros cuerpos. 

El odio es la cara de la impotencia 

Mientras escribíamos este texto, recordamos momentos donde presenciamos linchamientos en nuestros barrios contra jóvenes que habían delinquido. El motivo de la indignación social era otro, pero la respuesta era la misma: golpes, insultos, pedidos de muerte, deseos de muerte. El odio y la violencia son muestras de impotencia y se riega como pólvora entre la masa. Durante el día en que se conoció la violación grupal en Palermo, vimos escraches hacia los jóvenes que violaron en todas las redes, exposición de sus biografías junto a frases que deseaban la muerte y el dolor. ¿Es la muerte una respuesta ante la necesidad de un buen vivir para todas? ¿Creemos que la víctima será resarcida porque estos jóvenes sean violados, encarcelados y aislados de por vida? Se siente ajeno a nuestras ideas feministas de igualdad, diversidad y amor. Si ya sabemos cómo procede la justicia patriarcal, clasista y misógina, ¿por qué no creamos otras alternativas acordes a nuestros feminismos? Al ritmo de la indignación y del reclamo de pena de muerte, seguramente vendrá el silencio y el olvido del problema. La víctima quedará sola, los agresores solos y nosotras desprotegidas. No habrá nada que aprender, mejorar, reparar o sanar. 

Volvamos sobre los agresores, esos seis cis-varones-heterosexuales de los cuales no podemos olvidar el rostro, el asco y la indignación que nos causan. Jóvenes que concurrían a la universidad, que militaban, entre otras condiciones que desmienten la idea de que son los varones de sectores populares quienes violan. Basta de clasismo, los varones de todas las clases sociales violan y abusan, es la estructura, es la masculinidad. Esos jóvenes tienen familia, seguro una hermana, amigas, vecinas y compañerxs de estudio. Todxs serán señaladxs como responsables de la “monstruosidad” de estos jóvenes y vivirán en una latente amenaza de muerte y exclusión ¿Cuáles serán los efectos de tanto odio y pedido de linchamiento? ¿qué pasará con las madres, abuelas, mujeres que rodean a estos jóvenes? Debiera importarnos ser sororas con el entorno que rodea a los agresores. 

Otro capítulo son los varones “aliados”, esos que se deconstruyen al ritmo de posteo de redes sociales y poses fotográficas. Sujetos que marchan con nosotras/es y que dicen abrazar a los feminismos. Esos que salieron apurados a dar cátedra de no violencia y reclamaron cárcel y medidas punitivas ¿qué hay detrás de la indignación de todas esas corporalidades masculinizadas que con tanto ahínco repudian este hecho y piden castigo -muchos y muy graves- para “los violadores”? ¿Será esto otro pacto de masculinidad para presentarse al margen de la violencia? Es como un “yo no fui” y son ellos, los enfermos. Hace falta que se miren, que se escuchen, piensen y que hablen entre ustedes, que dejen de pedir crueldad y castigo para todo y sean más creativos ¿Saben lo que pasa en las cárceles argentinas? ¿son ustedes ajenos a la violencia, el abuso y el maltrato?

Estamos en una era donde la necesidad de enunciación constante se torna un imperativo, y las redes hacen de esto una posibilidad. Así, en una digitalización de las emociones y las participaciones los desencuentros se multiplican. Las repeticiones nos saturan. Nos apabullan otras resonancias. Porque la agenda la marca el timing televisivo, la proliferación de likes y la cooptación de seguidores. El show punitivo que tanto critica Ileana Arduino goza de buena salud y circulan las poses, las indignaciones estereotipadas y poco reflexivas, incluso entre feministas. 

Pedimos cárcel y sabemos que los espacios de encierro que tenemos en nuestro país, propician, promueven y legitiman el sufrimiento y la tortura, nada bueno puede salir de estas instituciones rancias y patriarcales. No existe posibilidad de cambio, de reflexión y reparación cuando estás rodeado de violencias, crueldad y más machismo. El encierro de uno, o seis, sólo nos protege -en una temporalidad establecida- del peligro que representa ese uno, o esos seis. Violaciones van a seguir existiendo, mientras no abordemos el problema de fondo. Entendemos, estamos buscando calmar nuestra ansiedad, el miedo de que nos pase lo mismo, de que nos arrebaten en un segundo nuestra vida. Pero el problema es que esto no va a prevenir nada, va a volver a ocurrir una y otra vez porque la masculinidad no está siendo interpelada, convocada a involucrarse desde una perspectiva feminista y popular. 

Las cárceles no cuentan con programas de inserción, ni de abordaje de las situaciones que llevó a cada presx a su encierro. Es la misma violencia la que se hace presente en la rutina del encierro. La violencia institucional y la violencia institucionalizada. La violencia de las condiciones de hacinamiento, de las formas más burdas y más sofisticadas -sin contradicción mediante- las que constituyen el cotidiano del encarcelamiento. ¿Estamos creyendo, tal vez, que la violencia, esa violencia carcelaria, puede ser nuestra aliada en la defensa de las pibas? Porque en nuestras fantasías carcelarias y de educación a partir de una versión tumbera de la ley del talión, estamos olvidando que ellos, de allí, van a salir. Y luego de ese tren fantasma de años, se van a volver a cruzar con nuestras pibas. Porque las cárceles refuerzan las masculinidades hegemónicas. Porque allí la supervivencia se vuelve un cotidiano. Porque el patriarcado allí dentro reina.

¿Qué podemos aportar los feminismos?   

Nos preocupa las prácticas de activismo que son guiadas por el ritmo de los likes y el reposteo, esos reclamos orquestados en base a la reproducción de la violencia. Mientras que, en las escuelas, aquellxs mismxs que se indignan siguen sin aplicar la ESI, en nuestros entornos cercanos seguimos escuchando, reproduciendo e invitando a una heterosexualidad opresora y que reclama masculinidades fuertes, seguras; callamos o apartamos la vista ante prácticas machistas que se suceden a nuestros alrededores. Todo mientras nos horrorizamos por este hecho.

Por eso, creemos que la generación de espacios de cuidados puede ser un comienzo. Espacios seguros que nos posibiliten un abordaje sincero de la violencia. Que nos permita reconocer las violencias que nos atraviesan y ejercemos, donde nos encontremos entre todxs a hacernos cargo de lo que pasa. Diálogos que nos permitan problematizar la violencia patriarcal sin una mirada culpabilizadora, estigmatizante y punitiva. Espacios seguros que nos ayuden a ver y analizar los pactos y ritos a los que nos adscribimos, a repensar los espacios de pertenencias. Un espacio en el que podamos hablar de nuestros traumas, broncas; donde se pueda expresar desprejuiciadamente lo que entendemos por sexualidad, erotismo, goce e igualdad. Que nos permitan reconocer aquello que nos daña, aquello que nos incomoda y aquello en lo que hacemos incomodar. Nos animemos a hacer comunidad, a construir puentes de trabajo para ser abrazadxs todxs por ese buen vivir que tanto necesitamos. 

Y exigimos justicia,

Justicia, ya lo dijo Macky Corbalán, es que no vuelva a pasar. 

Justicia es trabajar en la generación de espacios de contención y acompañamiento para los victimarios. Por más odioso que encuentren esto. Porque justicia es que no vuelva a pasar.

Y para eso necesitamos ESI. ¡Más ESI que nunca!

Y la aplicación de la Ley Micaela. En todos los espacios institucionales e institucionalizados. En el Estado, en las empresas privadas, en las escuelas, en los clubes de barrios -en los clubes de rugby-, en el centro vecinal. 

Y organizarnos, no nos quedemos solxs

* 1 Lesbofeminista. Militante. Trabajadora en la educación pública y en la producción de saberes. Licenciada en Historia. Cursando estudios de posgrado. Correo: ornellamaritano@gmail.com

2 Feminista. Doctora en estudios de Género. Docente de la Facultad de Ciencias Sociales. Coordinadora de “El Telar: comunidad feminista de Nuestra América”. Correo: gabrielabardw@gmail.com 

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