Por Gustavo Pecoraro
“Te vas y vuelves y te vas y todo al mismo tiempo, te siento cerca y al momento te vas como las liebres por el monte paralizadas al sol delante del arroyo y un segundo después corriendo entre las rocas a esconderse, te me escurres entre las manos como agua y te estrellas contra el suelo y desapareces como la llama de la vela que titila titila titila y se extingue dejando un leve olor a humo azulado y un rastro que se pierde hacia el techo hacia arriba y se expande y se deslíe hasta que ya no se ve”
Lo peor de todo es la luz es la tercera novela del manchego José Luis Serrano, que a estas alturas ocupa el podio de los mejores escritores contemporáneos de habla hispana que abordan el tema del homo erotismo y el amor entre hombres. Podio donde resalta no sólo su pluma y su bellísima prosa, sino su constante producción (autor de Hermano, y de Sebastián en la Laguna de Editorial Egales, y parte de las compilaciones El cielo en movimiento y Lo que no se dice de Editorial Dos Bigotes).
En este nuevo libro nos sumerge en una experimentación literaria que astutamente parte el relato en dos. Una de esas partes es una conversación que Serrano mantiene con su marido Mikel a lo largo de unas vacaciones en el país vasco (una acción diaria de testimonio que abarca sabores, ideas, lugares y sonidos), y la contraparte es la historia de la profunda amistad entre Koldo y Edorta dos amigos de toda la vida de Bilbao que buscan desesperadamente que el paso del tiempo los mantenga unidos sin saber muy bien cómo, pero sí por qué. Una unión más allá de sus respectivas familias y la cotidianeidad de la ajena intimidad forzada por las convenciones.
Esta experimentación -que supongo Serrano nos ofrece como señuelo- usa el tiempo para marcar el relato constante del amor (¿o será del amor constante?).
Amor que tiene por su marido. Del de su marido por él. Y, claro, del que sienten Koldo y Edorta (los protagonistas del libro).
Pero ¿son Koldo y Edorta las primeras espadas de esta historia? ¿O la sutil ironía del autor nos entretiene con ellos pero nos cuenta otra cosa? Otro amor que quizás de tan personal no pueda contarse sin pudor, porque de tan amor que es nos despelleja y deja en carne viva (y si bien escribir es despellejarse vivo ¡habrá que seguir contando historias!, digo yo).
Entonces un amor se construye sin ocultamientos y en una vida real de abrazos, risas, copas, miradas, atardeceres y caricias. Y el supuesto otro amor (que se sostiene sin saberse decir) también es de cada abrazo, cada risa, cada copa, cada mirada, cada atardecer, cada caricia. Uno, se grita. El otro, se susurra. Ambos son puntas que abrochan una misma cadena que rodea los corazones de cuatro hombres que se miran, se huelen, se necesitan.
Cuatro que podrían ser perfectamente dos y podemos ser todos.
Por eso hablo de experimento.
Porque Serrano es literal pero nos confunde. Y él es Koldo y también es Edorta -quizás-.
O es Mikel que también podría ser a veces Koldo -aunque lo creamos mucho más Edorta-.
¿Y quién somos nosotros -sino simples y maravillados espectadores- para subjetivizar a tal o cual? Las palabras ya fueron ofrecidas el autor, hagamos con ellas lo que más emoción nos promueva. Escribe: “Te preocupa ser tú en la novela, en los diálogos, y eres más tú aquí que en ningún sitio. Incluso, probablemente, yo sea también aquí más yo. Al final, como me pasa siempre, quizá no haya escrito una novela sino una declaración de amor”.
Creemos -¡otra vez simples espectadores!- que le escribe a Mikel. Pero podría ser también Edorta a Koldo. O Koldo renacido liberándose a Edorta. O Mikel -sujeto siempre a la sensatez con que lo pinta Serrano- que estalla como el mar en las rocas de algunos de los paisajes que cuenta la novela (otro de los grandes hitos de la literatura de Serrano es contar como pocos, con las más hermosas imágenes, lugares que él ama visitar).
Hay una marca de tiempo en la novela. El tiempo que se escapa o que queda detenido. El tiempo que se necesita. El que pasó y no vuelve. El tiempo perdido. La pérdida del tiempo.
Edorta y Koldo tienen el tiempo pero no tienen tiempo.
O quizás podríamos decir que el tiempo será de ellos si hacen y dicen las cosas a tiempo: “quizás sea eso a lo que me refiero y no a otra cosa: a la repentina toma de conciencia de que el presente existe, de que es lo único que existe al fin y al cabo”, leemos en la novela.
Cuántas veces hemos perdido el tiempo en el amor, por callarnos, por no saber qué decir o si decir.
Lejos estamos de esos amores que no debían “ser nombrados” sin embargo cuánto Wilde aún anida en nuestros corazones a la hora de pronunciar el amor.
Dos hombres se aman con locura pero no “están tan locos” para amarse como locos. Y es ahí -quizás mi historia personal se entremezcle demasiado con la historia- donde cobra entidad la carga dramática de Lo peor de todo es la luz: ¿Hasta dónde amar? ¿A qué precio? ¿Cuánto? ¿Cómo? ¿Cuál es el límite del amor?, y, si hay amor ¿debería haber necesariamente sexo? ¿Es el sexo el garante del amor?
“Lo importante es amar, se sea o no correspondido” nos dice el autor otra vez provocándonos desde las páginas. Dejándonos mudos y pensando en tantos amores que tuvimos, de los que fueron amores y de los que -también- fueron amores pero no compartieron amor.
Así entra la nostalgia y el recuerdo.
Así entra la luz.
Y parece salpicarnos de la brisa marina del país vasco, de las ganas de que ese atardecer en Londres nunca termine, de seguir de juerga otra vez para que tal vez medio borrachos al fin haya un beso, de un futuro que podría ser perfectamente futuro si dos pudieran creerlo, si el amor se pudiera guardar en un frasquito y rociarnos con él cada mañana.
Esta tercera novela de José Luis Serrano (creo yo la más auténticamente personal de todas) es no apta para escépticos. Los desalentados, los tibios, los arrepentidos, elijan otras páginas. Lo peor de todo es la luz es un libro de amor, de enamorados, de los que somos locos de amor, de los que hacemos locuras por amor, de los que no nos rendimos por amor, de los que aún a miles de kilómetros podemos oler ese amor, de los que le ponemos palabras, y lo veneramos, y para los poetas del amor esos que “siempre están en la resistencia”, y para los que lo buscamos -aún y quizás más por ello- entre el brillo que unos rayos de sol de un atardecer reflejan en el pelo de tu amado.
Lo peor de todo es la luz es poesía pura en forma de novela en la pluma amante de -reitero- uno de los mejores escritores contemporáneos de habla hispana que abordan el tema del homo erotismo y el amor entre hombres.
Ph: Enrique AL
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