Para Julio Bulacio, profesor de historia echado del colegio Aula XXI por motivos políticos.
Por Leonor Silvestri*
“No quiero que me acepten, quiero que me deseen”.
Néstor Perlongher, poeta y activista
Aterrorizar, causar terror, sentar un precedente y dejar un castigo ejemplar. Hay que darle una lección a esa mujer, para que todas las otras se lo piensen dos o tres veces antes de dar a leer en el aula un material inapropiado. Esa parece ser la moraleja del mentado caso de la docente Romina Garcia Hermelo en la escuela normal Nicolás Antonio, conocida como Bellas Artes, en la provincia de San Luis.
Romina no dio a leer Mi Lucha de Adolf Hitler, tampoco La historia me absolverá de Fidel Castro, ni ningún otro tipo de relato autobiográfico controversial que tal vez podría no haber dejado conforme ya sea a unas como a otros. La docente en cuestión simplemente organizó la lectura de una novela teen de una joven escritora peruana, bastante mediática por cierto, que narra el metejón de una alumna adolescente por su profesora de alemán. Pese a que la situación narrada en Hay una chica en mi sopa de la autora Silvina Núñez del Arco es de lo más usual (¿quién no se ha enamorado de una profe de la escuela alguna vez?), pese a que la Argentina goza del supuesto privilegio y beneficio de leyes de matrimonio igualitario y de identidad de género, pese a que el Vicedirector de la escuela, Carlos Urteaga, es gay y está casado, pese a que la educación argentina es laica desde 1884, pese a que tenemos leyes de salud reproductiva y que la ley de educación nacional contempla la necesidad de debatir temas de sexualidad y género en el aula de manera transversal y plural, el cuerpo magro pero sólido de Romina debe resistir los embates de la buena conciencia escolar que se está dedicando a fustigarla en todos los planos en los que se puede atosigar a un ser humano para quebrarlo, solo porque las protagonistas del texto que le dio a leer a sus alumnos no son heterosexuales, so pretexto de salvaguardar la libertad de los jóvenes del curso, para que puedan, en un futuro, elegir libremente su sexualidad. La pregunta golpea el rostro como una piedra: ¿Algún padre se habría quejado si lo que se diera a leer fuera Romeo y Julieta?
El paradigmático caso Romina viene a demostrar que en nuestra región no hace falta ser acusado de escribir textos malditos como los 9 de Tarnac, alias Tiqqun, alias Comité Invisible, como fue el caso del grupo insurreccionalista francés para ser procesado penalmente. Ser docente de escuela normal alcanza y sobra para formar parte de un oficio peligroso, una profesión de riesgo, rayana con la criminalidad cuando lo que se quiere es abordar contenidos que no perpetúen el estado de las cosas (o las cosas del Estado) tal como siempre están; cuando se desea visibilizar lo que todo el mundo sabe que de todas maneras acontece -¡y qué alegría que así sea!- aunque nadie quiera hablar de ello durante la cena; cuando una maestra desea que las vidas de las posibles Natalia Pepa Gaitán chiquitas sean más amenas; cuando intenta ponerle coto a la crianza de una caterva de fusiladores lesbófobos mediante el debate; y cuando se esfuerza en hacer del aula un espacio menos hostil para todas aquellas personas que asisten obligadamente a la institución de encierro llamada escuela (en calidad de lo que fuere) pero que no viven sus vidas exactamente como los poderes imponen.
No se nace heterosexual, se llega a serlo
Soy adolescente. Desde siempre sé que no soy como los demás aunque aún no comprendo ni el qué ni el cómo. A mis 13 años me rapo como Sinead O’Connor, esa bellísima cantante irlandesa que confesó no solo haber abortado sino que rompió delante de cámara la foto del papa Juan Pablo Segundo. Soy la única de pelo corto en toda una población de 1000 alumnos del colegio Hans Christian Andersen. Me paso un mes encerrada en el baño durante los recreos para que no me hostiguen por mi look, pero 5to año consigue grabarme en su video de fin de año como “la primera persona que cambia de sexo” entre medio de burlas y empujones. A los 14 comienzan a decirme “lesbiana” y ya nunca más nadie -dentro de la escuela- quiere invitarme a salir, no le gusto a nadie. A los 16, la profe de psicología del colegio Aula XXI nos da a leer Demián de Hermann Hesse. A pesar de que en el aula nunca se hizo un abordaje sobre el tipo de relación afectiva que une a los personajes, jamás volveré a abandonar el vicio de leer literatura a partir de sus silencios tanto como de lo que manifiesta y explícitamente se dice en ellos, estrábicamente, como más tarde enseñaba David Viñas en su materia Problemas de la Literatura Argentina. En mí se graba una frase de esa novela con la que ya no concuerdo pero que durante años me sostuvo: “Tan solo quería intentar vivir aquello que tendía a brotar espontáneamente de mí, ¿por qué habría de serme tan difícil?”
No recuerdo haber tenido a ninguna docente torta en todos mis años de escolarización primaria y secundaria, ni tampoco recuerdo haber tenido ni siquiera una visible y abiertamente lesbiana durante la universidad. ¿Seré yo acaso que, organizada mi percepción de acuerdo a la matriz heterosexual, no consigo verlas; será que las lesbianas no existen más que como malformaciones a esconder; o será que viven ocultas intentando -como hoy- ser iguales a los demás, ser como los demás? ¿Iguales a quién, a qué, por qué iguales? ¿Será acaso otra cosa que no consigo comprender? ¿Cómo será tener a una profesora como Romina en la escuela? ¿Cómo se sentirá contar con el privilegio de tener una docente luchadora social con coraje suficiente para defender el derecho de todo el mundo a no vivir rodeada de imágenes de papas y heterosexuales y que estimule el arte y el placer de lecturas diversas mientras permite pensar el amor -y su obsesión- desde marcos políticos y sexuales, una docente joven que trata a sus alumnos como seres deseantes, sin subestimarles?
Para disfrutar de esta posibilidad debo aguardar hasta llegar a un antológico programa de estudios en la materia Literatura Argentina Contemporánea, a cargo de Beatriz Sarlo, FFyL, U.B.A., y leer la exquisita novela En breve cárcel de Silvia Molloy. Tengo 24 años y mi profesora de griego, la difunta y consagrada helenista Helena Huber lee los poetas de la lírica arcaica en clave autobiográfica pero se encarga de subrayar que Safo “No era lesbiana”. Yo, que ardo por una compañera del curso y a la cual jamás me atrevo a invitar a salir, me pregunto ¿qué será no ser lesbiana en Lesbos siglo VI a.C. y qué significa serlo hoy? Huber falleció, en su lugar quedó alguien confesamente cercano al Opus Dei. ¿Será que la libertad en las instituciones laicas y públicas es tolerar ser educadas por los retrógrados del statu quo?
Recuerdo otro relato escolar. En 4to año, nuestro profesor de Historia nos lleva de excursión al primer colegio laico y gratuito del país, Colegio del Uruguay (actual Colegio Superior del Uruguay «Justo José de Urquiza») fundado en 1849, Entre Ríos. Aquí los alumnos tuvieron, en su momento, un código interno, redactado por ellos mismos, cuyo mandamiento principal era “No se tolerará la delación”. Como en El juguete rabioso de Roberto Arlt, donde la madre del protagonista sentencia “Cuídate de los señalados de Dios”, Silvio Astier traiciona a su compinche “El Rengo” y varios de los alumnos de Romina van a tener que vivir con algo que se aprende parando con la barra en las calles de tu barrio: ser buchón es peor que ser policía. Esos pibes que batieron a su profe, que no pudieron hacerse cargo de su incomodidad, de su vergüenza, que no pudieron ir de frente, tampoco pueden aprender aquello que Romina les (nos) está enseñando, en el sentido anfibológico del término -mostrar y transmitir- no sólo a partir de los contenidos de un relato de un libro: “docente luchando también está educando”, tal como afirmaban las pintadas de las y los profes de Neuquén que cortaron el paso del circuito petrolero y la ruta de llegada a la provincia en una huelga feroz de más de 60 días.
Las disputas del género
La filósofa francesa lesbofeminista Monique Wittig produce un big bang epistemológico dentro del pensamiento cuando en 1978 pronuncia un texto titulado “El Pensamiento Heterosexual”. Allí afirma que al analizar la heterosexualidad no estaríamos frente a una elección de objeto de deseo, una preferencia libremente escogida por un sujeto libre y autónomo, sino de cara a un régimen político totalitario, una lengua colonizadora que solo nos permite hablar si lo hacemos en sus propios términos. Tal como yo leo a Wittig, la heterosexualidad como régimen político, es decir la (hetero) norma social parece decirnos “te permitiré existir en tanto seas como nosotros, los heteronormales, -casada con hijos, con prejuicios, apegada a las leyes y a los poderes, creyente, una persona de bien-”.
La onda expansiva del pensamiento de esta filósofa feminista es tan grande que hoy podemos sostener que la heterosexualidad como régimen político organiza la percepción y construye materialmente mediante sus dispositivos y equipamientos no sólo todos los asuntos humanos -concientes e inconcientes- sino también todos los asuntos no humanos, haciendo de lo humano y de su sexuación el epicentro de todos los fenómenos de este planeta en clave heterosexual. Más aún, la heteronorma, cual madre nutricia que vela por el bien de su prole heterocapitalista, es la garante de que se romantice y se acepte deseosamente, a través de su retórica, aquello que no es una opción sino un mandato para poder existir en este mundo, es decir la heterosexualidad y sus instituciones: ser madre, ser fiel, ser monógama, ser prudente, ser pudorosa, procrear, amar a una persona de la asignación biopolítica distinta a la que se le ha dado a una en el documento de identidad. Para muestra de cómo funciona este régimen sobra un botón: ¿Quién a los 12 o 13, años más años menos, fue acorralada por su familia y en una patética escena confesional proclamó con lágrimas y congoja en los ojos “Soy heterosexual, por favor no se enojen ni dejen de quererme”?. Creeré que mi sexualidad es un asunto privado que debería quedar entre cuatro paredes, como dice la Fiscal Sonia Fernández, con ese tono tan parecido a Gladys, la horripilante cosmetóloga de Juana Molina en la famosa serie televisiva Juana y sus hermanas, cuando ya nadie tenga que salir de ningún closet porque ya no hay armarios donde escondernos de los monstruos de la heterosexualidad obligatoria.
Alguien dijo por ahí que Romina Garcia Hermelo es lesbiana, atea y comunista. Realmente no sabemos si lo es y qué bueno que ella haya resistido la embestida de tener que confesarse ante el batallón de fusilamiento de la buena conciencia que resguarda la libre elección de la sexualidad de los adolescentes; es decir que no elijan nada y continúen sumándose acríticamente como delatores a las huestes de esbirros del heteropoder. Sin embargo, no dejo de pensar qué bueno sería tener al frente de una clase, por un rato, una docente así, alguien que no sea igual al pestilente mundo de la normalidad de la heterosexualidad como régimen político y el heterocapitalismo que ha parido, creado y criado este universo de juicios morales, persecución y muerte, una profesora que resista la moral heterosexual mediante una ética como principio vital y afirmativo contra el microfascismo instalado en la médula hasta de sus propios alumnos que hoy apuntan con el dedo a su profe y que ayer se señalaron los unos a los otros durante la dictadura militar. Para oponerse a este orden y como modo de hacer más vivibles las vidas de aquellas personas cuya expresión de género, o práctica sexual, o manifestación corporal, o forma-de-vida no condice con las hetero-regladas, no es cuestión de celebrar la diversidad mediante bodas y maternidades lésbicas, babyshowers del capitalismo rosa, sino de generar y defender -de ser necesario colocando el cuerpo en riesgo, como Romina- las condiciones que permitan albergar y resguardar y mantener las vidas que resisten los modelos de asimilación por fuera y contra el mapeo de control del heterocapitalismo.
Mientras tanto, y corra la suerte que corra Romina dentro de las redes de los poderes institucionales, la directora rectora de dicha escuela, Angela Toledo, podrá tal vez conseguir que se enseñe Historia sin contar los romances entre caballeros medievales y demás escenas homoeróticas de mercenarios de guerras santas; o sin hacer mención de las diversas sexualidades tanto en Grecia como en Roma no organizada mediante pares antitéticos opositivos y binarios (hetero-homo) como ocurre -por lo menos en teoría- con nuestra sexualidad en la actualidad; hasta quizás logre hablar de biología incluso invisibilizando la infinidad de formas de reproducción no coito-genital/macho-hembra o haciendo caso omiso a los modelos de organización social del mundo animal que no se rijan patriarcalmente o mediante la ley de la supervivencia del más fuerte. Es posible que la escuela toda pueda lograr la tarea, titánica tarea de sistematizar todos sus contenidos y leer todos los fenómenos de este mundo inquietante, fascinante y misterioso a partir del empobrecido -y coercitivo- modelo humano heterosexual que incluso encarna, coopta y seduce con sus favores y beneficios a más de una marica y una torta. No obstante, la asesora pedagógica Patricia Echaniz y la profesora de Lengua y literatura Zulma Álvarez, fiel devota de la Iglesia Universal, (quien hizo la denuncia penal y “casualmente” está reemplazando a Romina en su cargo), por mucho que se esfuercen, no se conseguirán enseñar literatura sin el relato de la pasión excesiva contra el género como ideal regulatorio de la sexualidad y del deseo, pasión y deseo que siempre desborda al dispositivo privilegiado por donde emerge el poder, sexualidad y afectaciones libres sin las cuales no hay ni ficción literaria (ni vida) posibles.
* Docente y activista anarquista de género.
Foto: Ernesto E (Org. Casita Cultural – Radio La Bulla)
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