Por Analía Daniela López
Contexto
Para empezar a hablar de quién fue Hannah, por qué levantó tanto revuelo su libro sobre el juicio a un asesino nazi, debo primero hacer irremediablemente un breve resumen de cuál fue la génesis del Estado de Israel.
Israel continuamente es noticia a nivel mundial por los reiterados ataques que realiza contra Palestina, ataques que a lo largo de los sucesivos años que lleva este conflicto se han cobrado numerosas vidas. Y el inicio de este desastre, fue producto de otro desastre humano. En el año 1948 y, a raíz de las consecuencias de lo ocurrido en la segunda guerra mundial -el holocausto judío-, la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió arbitrariamente la división de Palestina, que se encontraba bajo administración británica, en Estado Árabe y Estado Judío. Semejante imposición no podía conllevar nada bueno.
Arendt en el cine y la literatura
La película “Hannah Arendt y la banalidad del mal” de Margarethe Von Trotta discurre sobre la repercusión mundial que tuvieron los artículos sobre Adolf Eichmann, escritos por Arendt y que tratan sobre la captura del criminal nazi por el servicio secreto israelí en Buenos Aires, su juicio en Israel (1961) y su posterior muerte en la horca (1962). La película sirve para abrir una puerta e indagar más sobre la vida de esta intelectual y el porqué fue tan importante en las discusiones de su tiempo y como aún hoy su pensamiento sigue vigente.
Arendt (1906-1975) de origen judío, fue una filósofa y periodista alemana que se doctoró en la Universidad de Heidelberg donde tuvo de profesor a Heidegger, quien marcará profundamente su pensamiento. Emigró a Estados Unidos tras sufrir las consecuencias de la segunda guerra mundial. Impartió clases y seminarios en destacadas universidades.
Parte de la vida de esta destacada intelectual quedó reflejada en el libro “Entre amigas. Correspondencia entre Hannah Arendt y Mary McCarthy”, donde se puede leer las apreciaciones de estas dos grandes amigas y figuras del siglo XX, sobre el juicio, la vida literaria y política más relevante de Estados Unidos y Europa, sus vidas diarias y, principalmente, los enredos amorosos de Mary, sumados los principales conflictos de esos años que van desde 1949 a 1975.
La historia detrás de la histórica nota
Arendt ofreció a la revista The New Yorker ir como enviada especial a cubrir el juicio de Eichmann en Jerusalén. Tras un período prolongado, la nota finalmente sale dividida en varios artículos semanales. Su ensayo sobre las causas que llevaron al holocausto; sus apreciaciones negativas, casi burlescas, del juicio; su caracterización de Eichmann tildándolo de burócrata, así como su análisis de la justicia y la necesidad que a posteriori se cree un tribunal internacional para juzgar crímenes contra la humanidad y, principalmente, la polémica que despertó al hablar sobre el accionar de los líderes de los consejos judíos y su acatamiento con el régimen nazi en los primeros años al entregar el inventario de los miembros de sus congregaciones, facilitando así su ulterior eliminación, le valieron una crítica atroz y despertó un debate a nivel internacional sobre el tema.
Publicada en 1963, la crónica desprende una de las frases más polémicas y conocidas de Arendt: la banalidad del mal. Sus apreciaciones sobre el juicio le valieron romper con gran parte de sus contemporáneos intelectuales judíos que no le perdonaron lo que ellos denominaron justificaciones de los crímenes de Eichmann, por ejemplo: “Quienes durante el juicio dijeron a Eichmann que podía haber actuado de un modo distinto a como lo hizo, ignoraban, o habían olvidado, cuál era la situación en Alemania. Eichmann no quiso ser uno de aquellos que, luego, pretendieron que <siempre habían sido contrarios a aquel estado de cosas>, pero que en realidad, cumplieron con toda diligencia las órdenes recibidas”. Para Arendt, Eichmann siempre había sido un ciudadano fiel cumplidor de leyes, y las órdenes de Hitler, que él cumplió con todo celo y que tenían fuerza de ley en el Tercer Reich.
Frases tan controversiales como las que siguen, dichas en ese contexto histórico, explican el revuelo causado: “El más grande idealista que Eichmann tuvo ocasión de tratar entre los judíos fue el doctor Rudolf Kastner, con quien sostuvo negociaciones en el caso de las deportaciones de los judíos de Hungría, y con quien acordó que él -Eichmann permitiría la <ilegal> partida de unos cuantos miles de judíos a Palestina (los trenes en que se fueron iban protegidos por policías alemanes) a cambio de que hubiera <paz y orden> en los campos de concentración desde los cuales cientos de miles de judíos fueron enviados a Auschwitz. Los pocos miles de judíos que salvaron sus vidas gracias a este acuerdo, todos ellos personas destacadas y miembros de las organizaciones sionistas juveniles, eran, según palabras de Eichmann <el mejor material biológico>”. Kastner fue juzgado en Israel por colaborar con Eichmann y con otros funcionarios nazis. Estos temas eran debatidos en los ámbitos íntimos pero no tan abiertamente como se vieron en “Eichmann en Jerusalén”, donde los testimonios directos desprendidos del juicio abrieron nuevamente las discusiones dentro de la sociedad judía que daba las primeras generaciones de nacidos en Israel. Una de las respuestas de Hannah en privado fue: “La actitud hostil hacia mí es un acto de hostilidad contra alguien que dice la verdad en el plano de los hechos, y no contra alguien cuyas ideas están en contradicción con las comúnmente admitidas.” A pesar de las acusaciones en su contra, Arendt coincide con la pena de muerte para el acusado.
Eichmann y la banalidad del mal
Teniente Coronel de las SS, Eichmann era uno de los encargados de llevar adelante la “Solución final del problema judío”. En el film se ven escenas originales del juicio, fragmentos que la pensadora tomó para desarrollar su noción de la banalidad del mal. Ahí, en una cabina de vidrio, Arendt ve a un simple burócrata y no a un despiadado jerarca nazi. Un hombre cualquiera, común y corriente, que se excusó en que el siguió las órdenes impartidas, órdenes que implicaban cargar judíos a los trenes que tenían como destino final los campos de concentración y su posterior exterminio. Arendt dirá al respecto “El no tuvo intenciones, cualquiera fueran, buenas o malas, él únicamente había obedecido órdenes. Esta es una típica defensa que usaron los nazis. Dejar claro que la peor maldad que se cometió en el mundo, fue una maldad de la que nadie es responsable”, la filósofa ni siquiera puede divisar en el acusado grados reales de antisemitismo, sino que ve en él un individuo incapaz de pensar. En sus palabras: “No es cierto -declaró Hannah a Thinking-, la ausencia de pensamiento no es estupidez, la encontramos en gente muy inteligente; y la maldad de corazón no es la causa; es, probablemente, lo contrario, esa maldad proviene de la ausencia de pensamiento.” Finalmente Hannah remarcó al final de la serie de artículos al New Yorker “estos crímenes fueron cometidos por hombres, no por monstruos. Por seres humanos que se negaron a ser personas. Y es éste el fenómeno al que he llamado la banalidad del mal”.
Una de las razones que despertó más polémica en su tiempo fue su firme postura en debatir las ideas, lo que la llevó a ser cuestionada por la comunidad judía a la que pertenecía y que no le perdonó lo que ellos denominaban una incondicionalidad ante la causa judía. En una carta enviada a McCarthy y fechada el 23 de junio de 1964, Hannah le dice: “… tú eras el único lector que ha comprendido algo que yo jamás hubiera admitido: que escribí ese libro en un curioso estado de euforia. Y que desde que lo escribí siento -al cabo de veinte años (después de la guerra)- el corazón aliviado con respecto a todo este asunto. No se lo digas a nadie. ¿No prueba esto que no tengo alma?”.
La guerra marcó profundamente a Arendt y por eso no es menor su análisis de los acontecimientos, y es fundamental la pregunta que se hace -pensando en la historia posterior- de si puede volver a ocurrir el holocausto, la autora contesta que sí. En palabras de Daniel Rafecas en el prólogo del “Eichmann en Jerusalén”: “Y enuncia el poderoso argumento de que todo lo que pasó que, para bien o para mal, dio la humanidad en su historia, está condenado a ser un umbral del siguiente hito en su camino hacia su salvación o destrucción, según el caso. Y advierte con toda razón, que los arsenales con armas de destrucción masiva que algunos Estados alimentan de modo incesante, pueden ser el preludio que indique que ese diagnóstico es acertado”. Es por todo esto que Hannah nos interpela aún hoy frente a los desafortunados acontecimientos diarios, donde la muerte tiene el papel protagónico y una se termina preguntando cómo es posible esto, cómo es posible después de tanta macabra historia vivida.
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