Basquiat, pop marginal

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Por Juan Cruz Guido

THE WHOLE LIVERY LINE

BOW LIKE THIS WITH

THE BIG MONEY ALL

CRUSHED INTO THESE FEET

                           – SAMO (c)

 

Quizás por haber sido la última gran figura del Arte, el último abanderado de una generación de pintores malditos envueltos en una pintura inminente burguesa, la vida y obra de Jean-Michel Basquiat resulta inevitable para entender e indagar un poco en la historia reciente del arte. Es principalmente su vida, que luego se expresará en su obra, la que dará un pálido pero certero retrato de una década como fue la de los ochenta, donde los dólares, la cocaína y el descontrol que traía el dinero dulce de una actividad financiera a niveles nunca antes vistos, se mezclaban en un cocktail mortal que el cuerpo de Basquiat, como el de muchos otros, no resistió.

Nacido con el advenimiento de la turbulenta década de los ´60, Basquiat tuvo como padres a un exitoso contador de origen haitiano y a una también reconocida diseñadora gráfica de origen puertorriqueño. El divorcio de sus padres y las constantes mudanzas que el mismo implicó, hicieron que la relación del joven Basquiat con sus padres -especialmente con su padre- fuera bastante tortuosa, incluyendo constantes huidas del hogar que compartía con su madre. Podríamos, entonces, llegar a postular que la verdadera madre o padre de Basquiat fue en efecto la calle, el suburbio de la gran metrópolis de la Costa Este norteamericana. Allí entró en contacto con el crack, que ya para fines de los setenta se había cobrado sus primeras víctimas. También conocería a la heroína que comenzaba a filtrarse en los desamparados departamentos que poblaban los suburbios de las grandes ciudades. Es en este paisaje urbano donde Basquiat encuentra la inspiración y el medio para transmitir su arte y su mensaje.

Para aquel momento, el graffiti ya comenzaba a ser un constante en los edificios y las paredes del Soho newyorkino. Dos corrientes copaban los murales, una más artística, con crítica social y muchas veces, como en el caso de Basquiat (o SAMO, siglas con la que firmaba sus escritos), con el agregado de una ácida ironía para con un sistema que ya presentaba sus primeros síntomas de una innegable decadencia. La otra corriente, más apolitizada pero no por eso menos significativa, buscaba visibilizar los nombres de las distintas bandas que convivían en los suburbios en una desesperada búsqueda por reivindicar una identidad negada ante la aparición sistemática de verdaderos ghettos, donde el Gran Sueño Americano se hacía pedazos ante la monstruosa desigualdad y crueldad que el capitalismo post-moderno traía bajo el brazo.

Luego de un paso trunco por la música y los melosos sintetizadores que irrumpieron violentamente en la escena musical mundial -una experimentación que se volvía cada vez más común e intensa en los barrios marginales de Nueva York, principalmente el Bronx, y que tendría como resultado nada menos que la cultura del hip-hop, cultura que coparía la industria musical de los noventa-, Basquiat descubrió el potencial que tenía el arte plástico, la pintura en particular y entonces los graffitis quedaron definitivamente en el pasado.

Es a partir de los ´80 que Basquiat comienza su actividad pictórica y donde redescubre a los grandes referentes del expresionismo abstracto como es el caso de Pollock, una de sus más claras e innegables influencias. Pero la grandeza artística de Basquiat reside en la gran mezcla que él alcanza, introduciendo la cultura popular afroamericana y latina a sus trabajos. Los grandes del jazz se unen anárquicamente con citas de Malcom X y retratos de grandes boxeadores negros.

Con la década del ochenta llegó también el dinero dulce que traían los petrodólares y que permitió un frenesí de créditos sin límites. La actividad financiera se disparó y los jóvenes corredores de bolsa, que tomaban cocaína en los últimos pisos del World Trade Center, coparon el mercado cultural. Había que decorar sus nuevos lofts, donde reinaba lo “moderno” y “bohemio” en una cínica sátira de lo que esta última palabra representaba. El camino estaba abierto entonces para un artista negro, pobre, sin ningún tipo de formación académica e intelectual, que combinaba de manera explosiva la cultura africana con la marginalidad del concreto.

Basquiat participó de su primer gran exposición hacia 1981 compartiendo el espacio con el entonces ya reconocido fotógrafo, Robert Mapplethorpe. En esta muestra, a la que acudió totalmente pasado, conoció al que sería su gran mentor y amigo, Andy Warhol. A pesar de que muchos le recriminan a Warhol haber sido un oportunista al asociarse con Basquiat en un momento donde su carrera profesional venía en franca decadencia, es de destacar que quizás por la marcada diferencia de edad, Warhol, con sus limitaciones, fue una influencia positiva en la obra de Basquiat, y ocupó una borroneada figura de padre intentado imponerle algunos límites –principalmente, para ese momento, al descontrolado consumo de crack y heroína-.

A partir de 1982, cuando ya comienza a protagonizar sus propias exposiciones, el fenómeno pop estalla alrededor de su obra. Se abren para Basquiat las puertas de los boliches y bares más exclusivos de Nueva York, de los mejores dealers de la ciudad y de las mujeres más faranduleras de la escena de los ochenta. Ya no sólo empieza a figurar en revistas culturales sino que sus imágenes copan también las revistas de chimentos, donde su romance con Madonna estalla como pólvora. Basquiat se vuelve el fetiche de una nueva burguesía financiera que contrariamente al esnobismo que solía dominar el ambiente del arte, propone visualizar -caricaturizar-, con un cinismo y una liviandad perturbantes, la marginalidad y la pobreza que ellos mismos generaban.

Basquiat, contando con el trágico historial de Pollock y Rothko, entre tantos otros, comienza a percibir que ese abrazo cálido con el que el mundo del arte lo había recibido, revestía de una hipocresía y un superficialidad en la cual su soledad no hacía más que acrecentarse más y más, volviendo a la cocaína del Palladium inútil en sus intentos de acallarla. Encontrará, a pesar de sus incontenibles ganas de vivir –expresadas en el viaje que realiza a Hawaii en busca de recuperarse y desintoxicarse- refugió nuevamente en la heroína, la cual finalmente le quitaría la vida en su departamento de Nueva York en 1988.

La muerte de Warhol -único ser humano que parecía entender la desdicha del atormentado Basquiat- en febrero de 1987, terminó por sumirlo en una oscura depresión donde la frialdad de los ´80 serviría como contexto para apagar su estrella.

Su temprana muerte será, como tantas veces, la coronación de una verdadera leyenda urbana. También servirá para disparar los precios de sus obras y volverlo uno de los pintores más caros del arte moderno. Será el primer negro en triunfar dentro de los elitistas estándares del arte plástico, abriendo un camino necesario hacia la democratización del arte, aunque sus pinturas eran, en gran medida, adquiridas por hombres blancos y millonarios.

Su vida, expresada necesariamente en toda su obra, resulta una tétrica crónica del descaro y la superficialidad de una década, que será el preludio de la asquerosa y constante ostentación que traerían los noventa. La historia de Basquiat es la triste historia de un genio, que a diferencia de tantos otros, fue reconocido en su época, siendo este reconocimiento hipócrita y cínico el mayor responsable de su trágico final.

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