A nueve años de la aprobación de la Ley de Matrimonio Igualitario: Ya no estamos más solxs

A nueve años de la aprobación de la Ley de Matrimonio Igualitario: Ya no estamos más solxs
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Por Natalia Canova

Hace 9 años estaba sola, en mi casa, mirando la tele y llorando por momentos. Se debatía la Ley de Matrimonio Igualitario y los canales nos dejaban ver las intervenciones de nuestrxs senadorxs. Yo tenía mi postura tomada y tenía que ver con que si hay algo que no me importa es darle más espacio en mi vida al Estado: en mis escasos proyectos de vida no estaba contemplado un matrimonio. Pero entendía la necesidad social que teníamos de que se apruebe el matrimonio igualitario. Entendía el cambio de consciencia que podía generar, la importancia de no ser más (no tanto) una ciudadanía de segunda. Lloraba y me hacía té y me sonaba los mocos al lado del calefactor. Las horas pasaban y había gente que me lastimaba con palabras terribles que eran ecos de un montón de otras violencias que venía escuchando hacía rato en mi vida. Me emocionaba con otras palabras que parecían poder acompañar, quizás empezar a sanar, en la lejanía de un televisor de madrugada.

Era el segundo debate que veía en la tele, el primero había sido la 125 (la de las retenciones) y no había punto de comparación con todo lo que me despertaba. Hace nueve años estaba sola mirando una tele que indirectamente me decía que muchas cosas podían cambiar, que al menos podría albergar la ilusión de que algo cambie. Cuando se aprobó el matrimonio igualitario lloré de felicidad, de bronca por todo lo que se me había movido, de esperanza por todo lo que empezábamos a proyectar.

Pero estaba sola. Y no puedo no pensarlo en relación al debate por la ley de aborto legal, seguro y gratuito que fue el año pasado. Que fue un proceso colectivo. Que nos indignamos y aplaudimos frente a pantallas gigantes comentarios con compañeras que conocíamos de hacía mucho y otras que eran nuevas en nuestras vidas. Con personas que teníamos un vínculo de otro lado y nos sorprendía y alegraba encontrarnos ahí. Con profundas diferencias pero unidas por una lucha mucho más grande. Estábamos en un espacio en el centro de mi ciudad, bien visible, bien intervenido, donde el mate no te lo cebabas solx. Eso fue increíble. Pasamos de salir a festejar la aprobación de la ley de matrimonio igualitario siendo veinte personas en una ciudad del interior (y un grupo de viejos vinagres que querían callarnos entonando el himno) a ser miles en la calle compartiendo mucho más que glitter. Sólo habían pasado ocho años en el medio.

Lo que cambió a nivel social es increíble. Veo pibis más libres para permitir conocerse, y si eso incluye el deseo homo, que lo incluya. Veo xadres sin rollos en acompañar a sus hijxs en socializar sus identidades no heterosexuales. Veo identidades que emergen y cuestionan y se visibilizan, aún con miedo, pero están. Veo mucho la pulsera del orgullo que antes usábamos casi exclusivamente de noche cuando salíamos al único boliche gay de la ciudad. Les veo darse la mano y hacerse caricias en público y la consciencia instantánea de que si eso implica una violencia, en seguida se piensa una acción que corporice la frase “Ninguna agresión sin respuesta”. Veo un montón de cambios que nos mueven el piso y por momentos no tenemos idea de cómo manejarnos, pero eso no nos quita lo que tenemos por defender.

Pasaron sólo nueve años. Pero quedó algo gigante y es saber que se fue gestando algo mucho más grande, algo que nos hace pensar que las alianzas que nos preceden seguirán potenciándose. Que quizás no copemos siempre las plazas y las calles, pero ya no seremos subjetividades aisladas en casas llorando ante una tele. Ya no estamos más solxs.

Ph.: Florencia Di Tullio Marcha del Orgullo 2018


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