Por Vanina Nielsen
“Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa”... Emma Goldman
“La mujer más peligrosa del mundo”, “La moderna Juana de Arco” o “La hereje” fueron algunas de las maneras en que definieron a la muchacha rusa, judía y de mirada penetrante que llevaba la revolución en la sangre: Emma Goldman.
De inflexible firmeza y decidida, ella se atrevió a soñar con un mundo diferente, en donde la lucha sería su bandera y arriesgarse, más allá de las consecuencias, una realidad.
Corría 1885 cuando el futuro impuesto, a sus 15 años, se desvió con rumbo desconocido, arriesgado y alejado de la comodidad del hogar. Y sin saberlo aún, ella comenzaría a escribir una historia con trazo propio y demasiado lejos del deber ser de los tiempos que corrían y definían el destino femenino.
Esquivando las imposiciones de un padre deseoso de que se casara, Emma enfrentó a su familia amenazando con arrojarse al Río Nevá, hasta que finalmente escapó de su casa ante la insistente idea de contraer matrimonio por conveniencia, con alguien que ni siquiera formaba parte de sus intereses, mucho menos de sus futuros planes.
Así, emprendió un largo viaje que la alejaría de su San Petersburgo natal para acercarla a América, ese continente de grandes posibilidades donde, según confiaba, encontraría nuevas oportunidades para crecer y, aunque todavía no lo supiese, para luchar por la concreción de sus ideales más arraigados, que poco tenían que ver con ese mundo actual, convulsionado por el ritmo de un gigante que se extendía: el capitalismo.
Ya instalada en Estados Unidos, la fábrica textil se convirtió en su empleo permitiéndole conocer la realidad que afrontaban los obreros, en donde el maltrato estaba a la orden del día. Por lo que exigir un salario justo, reivindicar la jornada laboral de ocho horas, mejores condiciones laborales y un trabajo seguro, fueron algunas de las premisas que desencadenarían la “Revuelta de Haymarket”, una huelga que la motivaría a unirse al movimiento anarquista.
Luego llegaría el colapso económico, un escenario caótico para el obrero y en el cual Emma Goldman levantaría su voz, para así convertirse en una oradora capaz de impresionar y conseguir adeptos. Sin embargo esa virtud sería arma de doble filo en su vida cuando comenzó a proclamar a la muchedumbre su gran ideal: la anarquía.
Fueron sus ideales de gran amenaza para los más poderosos y sus palabras la provocación y el desorden del espacio público. En definitiva, ella era un problema constante para el sistema actual instaurado.
La virtud de gran oradora la convirtió en una mujer peligrosa y la prisión fue una realidad para la considerada “hereje”, ya que la acusaban de incitar la revuelta.
Un año en la cárcel la obligó al alejamiento pero también le permitió formarse con las lecturas de Emerson, Whitman y Thoreau. Al cumplir su condena, fue la muchedumbre quien la esperaba afuera de la cárcel. Así fue como el final de ese período le permitiría el ansiado regreso, para continuar haciendo lo que a muchos les pesaba: hablar.
Y claro que habló: represión psicológica, Sigmund Freud, matrimonio, emancipación femenina y sexo fueron algunos de los temas que eligió sacar a la luz. Exigía libertad para ambos sexos: en la maternidad, para actuar y también en el amor: “¿Amor libre? ¡Como si el amor pudiese ser otra cosa que no fuese libre! El hombre ha comprado cerebros, pero ni todos los millones del mundo han podido comprar amor”, decía.
Sobre el matrimonio también hizo sus aportes afirmando que éste y el amor, nada tenían en común, expresaba que “prácticamente desde su misma infancia se le dirá a cualquier niña común y corriente que el matrimonio ha de ser su objetivo final y por eso su preparación y educación irán directamente enfocadas a esa meta. Así como a la callada bestia se la engorda para el matadero, a ella se la preparará para eso”.
Ya instalada en el espacio público, Goldman se involucró en la campaña por el sufragio femenino y el control de la natalidad, tema controvertido este último que la llevó nuevamente a prisión, por distribuir un manifiesto a favor de los métodos anticonceptivos.
Con el tiempo sus palabras fueron llevadas al papel con obras como “Anarquismo y otros ensayos”, “Viviendo mi vida” y “Mi desilusión con Rusia”, también editó y publicó en EEUU “Mother Earth” (Madre Tierra), una revista anarquista mensual.
Logró convertirse en una de las oradoras más solicitadas por el público americano, la gente la escuchaba y respondía. Esto fue motivo para que los arrestos continuaran, convirtiéndose en habituales para su vida. Durante años, y cada vez que daba una conferencia, esperaba ser apresada llevando a cuestas un libro: su aliado durante esos tiempos de oscuridad, soledad y reflexión.
Así, con una vida agitada por propia elección, Emma Goldman se ganó el título, asignado por Estados Unidos, de “La mujer más peligrosa del mundo” como también la admiración y el rechazo. Sin embargo aquel país que en algún momento creyó su lugar, más tarde la expulsaría por considerarla una amenaza. Así, Rusia sería nuevamente su próximo destino y, con los años, Toronto la ciudad que la vería cerrar sus ojos.
Equivocada o no, rebelde y polémica, logró saltar las barreras de las imposiciones, siguiendo ideales que la condujeron a crear sus propios aliados y también enemigos.
De aquellos años agitados y hasta violentos, a estos tiempos, los libros la recuerdan como una anarquista pionera en la lucha por la emancipación de la mujer, arriesgada en cada palabra, a través de una oratoria capaz de conseguir el agite de la muchedumbre, convencida de que un mundo diferente era posible, con la anarquía como realidad: “Un cambio social real nunca ha sido llevado a cabo sin una revolución… revolución no es sino el pensamiento llevado a la acción”, expresaba Emma por aquellos días.
Así, aquella muchacha judía de fuerte mirada y avasallante carácter, que un día decidió torcer el destino, asumió el desafío de predicar el libre pensamiento y hasta de arriesgar, en cada batalla con la palabra, la propia vida.
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