Dossier Especial. Las vicisitudes en la construcción de la sexualidad humana

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Por Liseth Satalosky

Hoy por hoy, se habla de la sexualidad y mucho: ¿qué se dice de ella?, en todo caso corresponde interrogarnos sobre qué es la sexualidad. El Diccionario dela Real AcademiaEspañola define a la sexualidad según dos acepciones: 1) Conjunto de condiciones anatómicas y fisiológicas que caracterizan a cada sexo. 2) Apetito sexual, propensión al placer carnal. Esto significaría que se daría preeminencia al factor biológico, el dato anatómico. Sexualidad equivaldría según esta definición a la búsqueda de placer, entendiéndosela como sinónimo de coito. Entonces, ¿todo aquello que no coincida con lo biológico sería catalogado de anormal, desviación de la naturaleza, patológico?

Para el Psicoanálisis la sexualidad se extiende a casi todos los fenómenos de la vida psíquica, es todo lo que hacemos y somos (sentir, pensar y hacer), estipulando que somos seres sexuados más allá de la procreación. Es así que la sexualidad puede percibirse en la comunicación, la forma de vestir, hablar y ser. La sexualidad, además de lo corporal, es una dimensión emocional y espiritual. Por lo tanto, está compuesta por numerosas aristas, a saber: los vínculos, los afectos, el lenguaje, amor y erotismo, entre otros.

La sexualidad humana es uno de los objetos de estudio del Psicoanálisis; se intenta dar cuenta de cómo las experiencias tempranas son determinantes en la estructuración de la masculinidad y feminidad. ¿Qué aporte específicamente realiza? Veamos lo siguiente: cada uno al nacer posee sus órganos reproductivos, a pesar de eso nos “construimos genéricamente”, nos “hacemos” varón o mujer, donde los propios cuerpos se encuentran atravesados y marcados por normas sociales, prácticas económicas, culturales e institucionales. Por consiguiente, no se puede pensar en la constitución de la sexualidad sin antes tener un conocimiento claro de las relaciones que establece el sujeto con el otro a lo largo de su historia de vida. Asimismo, Sigmund Freud desde sus primeras teorizaciones ubicó en un lugar central al inconsciente (lugar del aparato psíquico donde van a parar los deseos reprimidos y lo no tolerado por el sujeto), para entender la sexualidad de hombres y mujeres; señaló que para formar parte de una sociedad renunciamos bajo ciertas circunstancias a nuestros deseos sexuales más primitivos. Es decir, se realiza un contrato narcisista implícito en pos de pertenecer a un grupo social. A cambio de la renuncia que hace el sujeto, obtiene la satisfacción del reconocimiento “soy parte de”.

En efecto, la sexualidad se encuentra hendida por los géneros. Existen estereotipos “erigidos” que impactan en las sociedades, como así también, en los sujetos. Dichas sociedades, asignan e inscriben sellos en cada uno de nosotros, nos van moldeando a modo de una cizalla, nos recortan y dan forma; estableciendo el supuesto que de acuerdo a lo biológico, al dato anatómico debe corresponderse la identidad sexual. En función de ello, se adscriben ciertos roles y actividades a cumplir; creando así toda una serie de expectativas en torno a las conductas esperadas por ser mujer o ser varón. Por ejemplo, si tengo órgano reproductor femenino, debo ser mujer y comportarme como tal, según las representaciones sociales que rigen en el contexto. Por ende, el concepto de género no es algo sumamente natural, sino que desde la gestación ya se empieza a connotar qué será, cómo será, qué hará, los logros que obtendrá el bebé recién nacido. Por lo tanto, el género otorga y construye una identidad individual y social. La antropóloga Margaret Mead expone: “No existen bases biológicas para relacionar la pertenencia a uno u otro sexo, con el comportamiento y actitudes, considerados masculinos y/o femeninos”.

De esta forma, hablaremos de “formar la identidad sexual” y esto repercutirá en las prácticas sexuales que se lleven a cabo. Es así que Freud, descubrió que el impulso sexual puede dirigirse a cualquier objeto, puesto que no hay un objeto fijo, predeterminado de antemano, sino que el objeto del impulso sexual es lábil y en algunos casos puede coincidir con lo orgánico y en otros, no. Esto no significa que aquella elección objetal u amorosa, que no coincide con el dato anatómico, deba encuadrarse bajo el rótulo de “anormalidad”. Lo que debería primar en cualquier análisis de prácticas y experiencias sexuales, es la autodefinición y la vivencia del sujeto en cuestión, más allá de cualquier categoría rígida que defina cómo debe ser la sexualidad y su ejercicio. En la actualidad, las categorías varón y mujer se hallan desbordadas, nada está escrito y nos encontramos en perpetua construcción. Esto también se extiende a las identidades sexuales.

Es factible decir que no basta haber nacido varón o mujer, es necesaria la asunción de la virilidad o de lo femenino: “sentirse, valorarse, actuar” en concordancia con ese sexo. El hombre, a diferencia del animal, debe aprender incluso su propia identidad, el hablar y el amor. En nosotros, no existen “instintos” de la misma forma que en los animales sino que hay pulsiones, deseos, tendencias. Por ello, hablamos de una “elección sexual” puesto que, se va constituyendo, aprendemos nuestros roles y comportamientos sexuales. De este modo, la sexualidad, la identidad de género y la orientación sexual, están moldeados por afectaciones que nos impactan desde muy temprano en nuestro devenir histórico como sujetos.

 Imagen: Florencia Ortega

 

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