Eterna Frida

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Por Analía Daniela López

 

“Por otra parte es la primera vez en la historia del arte que una mujer ha expresado con franqueza absoluta, descarnada y, podríamos decir, tranquilamente feroz, aquellos hechos generales y particulares que conciernen exclusivamente a la mujer”.

Diego Rivera, en relación al cuadro “La cama volando, Henry Ford Hospital”, donde Frida pinta su primer aborto, sufrido en Detroit en el año 1932.
“Sabía que Nueva York no era para tí más que un sustituto, y espero que a tu vuelta hayas encontrado el refugio que buscabas. Éramos tres, pero, en el fondo, erais vosotros dos. Siempre lo he intuido. Tus lágrimas cuando escuchabas su voz me lo decían. Te estaré eternamente agradecido por la felicidad que, sin embargo, me has dado”.

Nickolas Muray a Frida Kahlo, una vez terminada su relación.

Frida Kahlo ya es un icono de nuestros tiempos. Es inevitable no ver su rostro en una remera, una taza, un imán para la heladera y un sinfín de objetos que llevan su cara al infinito. Sus ojos cubiertos por esas cejas bien negras, su figura, su vestimenta, sus autorretratos que nos transmiten sus estados de ánimo y nos abren las puertas de su alma. Ella es Frida. Tal cual ella misma se autorretrató en gran parte de su obra, porque como bien dijo ella: “Me retrato a mi misma porque paso mucho tiempo sola y porque soy el motivo que mejor conozco”.

La historia de Frida viene unida indisolublemente a Diego Rivera. No por restarle valor a su obra, al contrario, parte de su florecer como artista y desarrollo viene unida a la vida que empezaron y terminaron en común. Que amó a Diego con una pasión de esas que sólo se ven en las películas más rosas no lo niega nadie, pero amó también otros cuerpos, sin discriminar géneros.

 

Frida nació en Coyoacán, México, un 6 de julio de 1907 y parte de su vida transcurrió en la Casa Azul, lugar que la vio nacer y que la verá morir. Llegó al mundo en un momento revolucionario, donde la mexicanidad estaba a flor de piel y ella con su obra lo resaltó. No eran simples autorretratos de su persona, era plasmar todo ese ambiente que clamaba por lo autóctono, que quería dar la espalda a la invasión cultural europea y buscar en sus raíces un nuevo despertar. Ella representó eso y mucho más. Representó a una mujer que buscó su camino, que ingresó en la Escuela Nacional Preparatoria para estudiar medicina (fue una de las treinta y cinco mujeres que fueron admitidas de un total de dos mil alumnxs), que superó a su propio cuerpo, que ante la desgracia encontró en el arte su medio de fuga. En definitiva, fue una mujer que rompió moldes y que sobrevivió a la historia, porque fue una vencedora.

Su vida signada por el dolor comenzó a la temprana edad de 6 años cuando una poliomelitis le causó malformaciones en la pierna derecha. Años más tarde, viajando en autobús sufre un accidente que la dejó al borde de la muerte y que transformó su vida para siempre. Durante tres meses debió reposar en cama por una ruptura en la vértebra lumbar que la obligó a usar corsés durante varios meses. Este hecho traumático trajo una nueva Frida que se interesó por la pintura. Arte que heredó un poco de su padre, fotógrafo de profesión.

Frida sorprendía al ser rebelde. En una de las fotos familiares se la puede ver vestida de hombre y años más tarde será una marca personal toda su vestimenta: collares y aros precolombinos y faldas largas hasta el suelo como los trajes tradicionales de las culturas de las mujeres del sureste de México. Estas vestimentas se usaron para remarcar el concepto de arte mexicano autóctono y el creciente nacionalismo. Algo similar pasará con la flora y la fauna. Animales que Frida tenía como mascotas y que aparecen en varios de sus cuadros.

 

Su relación con el Partido Comunista de México data del año 1928. Frida formó parte de él con idas y vueltas hasta el día de su muerte. Respondería a su compromiso político al poner a disposición la Casa Azul para que León Trotski, junto a su esposa Natalia Sedova, cumplan el asilo político en México en el año 1937. Durante este período mantiene un breve romance con el escritor ruso. Frida le obsequia por motivo de su cumpleaños un autorretrato con la dedicatoria: “Con todo cariño”.

En las charlas de partido toma contacto con el ya célebre muralista Diego Rivera y comienzan una relación. Este hecho quedó plasmado en el fresco “Balada de la Revolución” que Rivera pinta en el Ministerio de Cultura. La nueva pareja estaba destinada al fracaso según los antecedentes prontuarios de Rivera en cuanto a mujeres. Pero contra todo pronóstico desalentador Kahlo se casa con Rivera un 21 de agosto de 1929.

De su vida con Rivera, Frida sufre en 1930 el primero de tres abortos. Hecho traumático para la artista que quedó reflejado en su pintura: Henry Ford Hospital. Dos años después, separada de Diego Rivera por una relación con su hermana Cristina -una de las tantas infidelidades que estaban “establecidas” dentro del matrimonio, donde el límite fue la familia-, se muda sola y viaja a Nueva York con amigas. En estos tiempos vive un romance con el escultor americano Isamu Noguchi.

El actor norteamericano Edward G. Robinson compra a Frida varias de sus obras; por ese entonces la artista que pintaba sin considerar un futuro redituable, pensó: “Así podré ser libre. Podré viajar y hacer lo que quiera sin tener que pedirle dinero a Diego”.  Divorciada de Diego trabajó intensamente para ganarse la vida a través de su arte: “No volveré a aceptar dinero de un hombre mientras viva”.

A pesar de todo, los cuadros de este lapsus de tiempo muestran una Frida que sufre por no tener a su ser amado, ejemplo de eso es “Recuerdo”, donde su corazón partido yace a sus pies.

 

En el apogeo de su carrera, sus obras se exponen en la galería de Julian Levy, en Nueva York, en donde inicia una relación con el fotógrafo Nickolas Muray. Un año después vuelve a exponer en París en la galería Renou & Colle.

Sin embargo, esta época de su vida alejada de Diego serían de las más tristes y deciden nuevamente casarse en 1940. Frida a estas alturas de su vida había ganado reputación como pintora lo que le permitía vivir de su arte y aportar a los gastos de la casa conyugal, a la vez que disfrutaba de un nuevo despertar sexual no oculto y en donde, lo más importante, adquirió seguridad en sí misma.

A las actividades de los últimos años de su vida, se le sumó la docencia en la Academia de Arte para pintura y plástica donde dirigía una clase de pintura; ya se desplazaba en silla de ruedas y pintaba desde la cama. Su frágil estado de salud se vería reflejado en, las ahora, más inciertas pinceladas de sus obras.

El reconocimiento le llegó en vida pero tendría que esperar recién al año 1953 para que su obra sea vista en su país, uno de sus mayores deseos. Frida asiste al evento en cama. Las múltiples operaciones a las que se sometió no aminoraron el dolor de la enfermedad que padeció en su niñez y el accidente de su adolescencia.

Finalmente, está musa eterna deja este mundo que tanto le quitó y tanto le dio un 13 de julio de 1954, con todo un legado de alegrías, ganas de vivir y buenas pinturas que le ganaron a la frustración y al sufrimiento de su cansado cuerpo.

Como despedida, sabiendo que ya se iba, la noche anterior a su muerte le hace un regalo a su marido por motivo de sus bodas de plata, en su diario personal puso la siguiente frase: “Espero alegre la salida… y espero no volver jamás… Frida”.

 

Actualmente se puede conocer parte del legado de Frida a través de La Casa Azul, donada por su esposo al pueblo mexicano como museo.

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