La Copa Menstrual
Por Paz Cerdeira
Hace pocas semanas atrás noté que mi muro de Facebook se llenaba de publicaciones donde diversas mujeres, usando el #soyfeministaporque, enumeraban una lista de sus convicciones. Algunas más teóricas, algunas más “terrenales”, algunas en cruzadas que a mí me parecen heroicas, otras desde el poder del humor. Debo reconocer que me dieron placer esas lecturas y la multiplicación en la era de las redes.
Hice el ejercicio de pensarme como feminista y por qué soy feminista. Es chistoso, definirme es algo que siempre me ha costado mucho, pero mucho. Esta vez no fue la excepción pero, a diferencia de otras veces, no me rendí.
Entonces me recorrí en mis 26 años, en mi propia historia, la oficial armada por la voz del heteropatriarcado católico que me sociabilizó y culturalizó y las otras, las múltiples otras que sintieron que algo picaba ahí, que la duda crecía, que las explicaciones fallaban.
No pude hacer otra cosa que sonreír y brillar, esas múltiples otras que también como yo son feministas desde antes que la teoría pudiera venir a reunirlas y desde antes que la empatía les diera la fuerza para callar a la historia oficial.
Todes nosotres tenemos esa multiplicidad adentro, creo en eso, sólo que generalmente es otra voz la que gana, la de la unicidad. También creo que cuando une encuentra esas voces y les da lugar lo mejor que puede hacer es dejarlas salir y que griten, así otres se animan y escuchan sus propias verdades.
Así que por este momento, dejando hablar a mi útero, #soyfeministaporque mi propia menstruación me dió asco hasta los 24 y, cuando por fin me decidí a dejar los anticonceptivos y usar una copa menstrual, lloré en posición fetal durante días, muerta de miedo. Es tiempo de que hablemos de estas cosas.
DÍA 1:
En un arrebato de esos que me agarran más seguido que otra cosa, hace unos días pasé por la farmacia y me compre una copita menstrual.
Hacía un par de años que su nombre se venía colando en conversaciones con amigas, porque sí, el mundo de la sangre es uno de los infinitos temas de conversación en un encuentro de mujeres. Hasta entrar en la farmacia no me había convencido del todo esa novedad, empezando porque su nombre, “copita menstrual” me generaba cierta repugnancia.
Me fui con la copita a leer las instrucciones y a esperar que me venga, como esto último pasa cuando a mis ovarios se les canta, cargué con el chiche nuevo en la mochila por todos lados casi esperando que nunca baje nada porque no estaba segura de haber entendido lo que tenía que hacer.
El día llegó, menos mal. Estoy segura que desactivar una bomba, resolver una ecuación o manejar se me presentaron como alternativas que, seguramente, serían más sencillas. Especialmente porque no dependerían del conocimiento de mi propio cuerpo ni de la sensación de pánico por no reconocerme bajo mis propias manos.
¿Pensaste alguna vez en lo solas que estamos frente a la sangre que, todos los meses, nos abandona? Aunque haya cada vez más vínculos y espacios amigos para que el flujo fluya, ¿pensaste que aún eso fluye por lo bajo, como un secreto, como algo sucio y asqueroso? Por lo pronto voy a pararme y salir del baño intentando caminar bien, sin el aspecto de tampón mal puesto.
DÍA 2 por la mañana:
Me levanté para ir a trabajar con la misma ansiedad que me levantaba el primer día de colonia. Por supuesto que no era por el trabajo, hacer camas no es aquello que logra sacarme de mi propio enredo de sábanas a los saltitos y cantando.
Me encerré en el baño, hice pis, sentí algo que se acomodaba un poquito. Bien, pensé, por lo menos sigue ahí y no se fue para arriba. Para quién no sepa, el proceso es, en teoría, simple: se pone, se saca, se vacía, se lava, se vuelve a poner. Superado el paso uno, que tuvo un montón de subindicaciones, ahora hay que hacer el resto de un tirón. Y recién levantada.
Les pido que imaginen mi alrededor, estoy viviendo en un hostel cuyos baños son un asco promedio, no hay caca por las paredes pero yo no me apoyaría demasiado. En parte creo que las mujeres debemos tener una especie de mutación genética para mirar los baños con visión de rayos x y encontrar puntos clave para poder hacer lo que tengamos que hacer de la manera menos indigna y más segura. Supervivencia, le dicen.
Ahí estaba yo, en cuclillas. Soy de las que no pueden maniobrar un tampón parada y mi torpeza habitual me dice que no maneje elementos si hay riesgo de que caigan al inodoro. Así que de cuclillas, el día que tenga un hijo creo que lo quiero tener en la misma posición.
Costó pero salió. No, no hace efecto sopapa amenzanado con sacarte un pedazo del sistema reproductivo pero a mí me costó varios intentos tirar del tubito de la base. Creo que fue un acto instintivo meter los dedos y tomar con firmeza la copa por su base, en el fondo todes sabemos.
Quisiera saber si lo que viene a continuación les pasó a aquelles que ya tienen experiencia en esto: Entre sacarla y vaciarla hubo un lapso atemporal durante el cual entré en una especie de trance mirando mi propia sangre, calibrando la cantidad. Pensé que me iba a dar muchísimo asco pero no. Fue arte arrojarla al inodoro y admirar ese rojo. Porque la sangre es roja, no es esa cosa marrón oscuro maloliente que vemos en las toallitas ni esa gelatina azul que menstruan las publicidades.
Rojo, mi color preferido. Rojo, el fuego que le faltaba a mi carta astral. Rojo, el color que extrañaba ver cuando decidí dejar las pastillas anticonceptivas porque se fueron para el otro lado y casi ni me venía.
Salí del baño y lavé la copa en el lavamanos. Horas después me preguntaron “¿y si entraba algún pibe? Y bueno, es sangre.
DÍA 2 por el resto del día:
Pasé toda la mañana haciendo camas y limpiando lo que implica no sólo estar en movimiento sino, de pie. La posición vertical es súper amiga de la gravedad y de hacer que los líquidos bajen. Especialmente en el segundo día del período donde la cosa se pone como marea alta.
Fui al baño una vez porque me hacía pis pero en el punto máximo de presión sobre mi vejiga sentí otra presión que me hizo sudar frío. Me hacía caca. Oh no, tan feliz que había transcurrido mi mañana, tan autosuficiente y libre que me sentía luego de haber entendido las instrucciones. Relajé, sentí, apreté, relajé, apreté. Me levanté. No, no era el momento.
Seguí trabajando unos minutos más, hacía calor así que tome un gran trago de agua bien fría. Entonces, mis órganos dijeron algo así como “bue, media pila, si no querés que larguemos todo danos una mano, esto es miti miti pero si vas a tomar agua fría nos declaramos en huelga y los esfínteres abandonan primero”.
Volví a entrar en el baño, esta vez nerviosa. La idea de no hacer caca durante todo lo que durara mi relación con la copita me pasó por la cabeza pero no, no era posible como tampoco es posible estar flotando en un pelotero cuando tengo muchas decisiones que tomar o cosas que hacer.
¿Alguien está dimensionando el terror que me invadía la idea de hacer fuerza y que el tapón salga despedido hacia las profundidades del inodoro? Una imagen dantesca, superadora del buceo en mierda de Trainspotting. Pero qué más podía hacer, me reí de mí misma y me relajé. Eso ayudó, en líneas generales.
Salí del baño con expresión de triunfo que es la que hay que tener siempre que se sale de un baño, con dignidad y la copita, cada cosa en su lugar.
DÍA 3:
El verano y la menstruación no se llevan, ni se llevaron, ni se van a llevar bien. Es mi verdad absoluta por más proceso de deconstrucción que haga y por más amiga de mis ciclos que sea. Calor, humedad, presión baja y el útero haciendo espasmos para liberar sangre caliente dan por resultado un combo que a mí me gusta llamar “nomemires, nometoques, nomehables”.
Hasta ahora sentía que mi vida había cambiado un poco luego de la primera vez que usé un tampón. Creo que un libro colectivo sobre experiencias con el tampón tendría miles y miles de páginas y yo escribiría una contando de la vez que me dí cuenta que me había olvidado de desenrollar el hilito justo cuando me lo terminé de poner.
Todas lo sabemos, los tampones están hechos de mierdas procesadas igual que cientos de otras cosas que consumo, no me voy a hacer la que vivo 100% de lo que la tierra me da porque no es así y porque no creo que algún día lo sea. No pude soportar el olor a pollo al horno y chivo que me quedó después de intentar usar un desodorante natural de tomillo y limón en un noviembre rosarino.
Me estoy yendo por las ramas, lo sé. El punto es que, además de los litros de químicos que tienen los tampones y que a muchas les dan alergia, tienen tres cosas más en contra: son carísimos, contaminan y pueden escasear.
Hoy pasé otra prueba en esta amistad que estamos trabajando con mi copita: el mar. Mar furioso, mar de surfistas, mar que te revuelca y te hace nudista a la fuerza, ese mar. Estuve entre agua y arena unas cinco horas y tenía la copa puesta hacía dos. Esta bien, no estaba en un día de masividad sanguinolienta lo cual ayudó a que no me la tenga que cambiar antes pero el punto es que, después de haber sido arrastrada por las olas un largo rato, mi nueva aliada seguía ahí, firme y cuidándome. En tu cara, Mar de Tasmania.
Qué alivio que se siente al menstruar en voz alta, se los recomiendo como ejercicio y no sólo entre mujeres. Hablar de sangre, de caca, de vaginas, de libertad.
Debo reconocer que omití contar del día en que tuve un desborde, fue en el día dos, el más explosivo del ciclo. Creo que capaz no lo conté porque en ese sentido siempre fui un desastre y debo tener un historial de bombachas manchadas. Mi teoría fue que no rebalsó la copa sino que me la había puesto medio mal, puede fallar. Será cuestión de práctica.
Este es mi camino deconstructivo, están todes invitados a bucear en la cotidianidad para desatar esos lazos que se tejen por el fondo y nos oprimen de la manera más acabada: haciéndonos creer que está todo bien.
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