Trabajadoras sexuales

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Por Susana Salina

Mujeres: ni sumisas ni devotas; libres, lindas y Putas

“El trabajo sexual debe ser separado de la trata y de la explotación. Nosotras, las trabajadoras sexuales, no somos víctimas de esos casos”, explicó Georgina Orellano, Secretaria adjunta de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR), de Capital. Georgina hizo referencia a las leyes provinciales que comenzaron a regir a partir de junio en Córdoba, también en Santa Fe, Tucumán, Río Negro y Paraná.

“La aplicación de estas normativas se realizan con el afán de combatir la trata y la explotación sexual, prohibiendo el funcionamiento de lugares donde se ejerce la prostitución. Con esta iniciativa de cerrar y prohibir todo, tapan, ocultan y nos arrojan a ejercer nuestra labor en la clandestinidad. Clausuran fuentes de trabajo, que en muchos casos son lugares alquilados entre varias compañeras, para poder ejercer la actividad sin patrón. Emplear ese tipo de medidas, significa criminalizarnos, porque son nuestras compañeras a quienes detienen. De esta forma nos están entregando a las mafias y a los proxenetas, que se llevan un 50 o 70 por ciento de lo que obtenemos por nuestros servicios”, destacó Georgina.

Prostitución, Prostíbulos, Proxenetismo y trata

Según la definición que aporta María Moliner en el diccionario de uso del español, la prostitución es la actividad que consiste en ofrecer servicios sexuales a cambio de dinero. En nuestro país el ejercicio de la prostitución, no constituye un delito. El Código Contravencional de la Ciudad Autónomade Buenos Aires, en su Título III, destinado
ala Protección del uso del espacio público o privado, reglamenta en el artículo 81 referente a la oferta y demanda de sexo en los espacios públicos, lo siguiente: Quien ofrece o demanda en forma ostensible servicios de carácter sexual en los espacios públicos no autorizados o fuera de las condiciones en que fuera autorizada la actividad, es sancionada (…)

“La palabra prostitución, por lo general, se utiliza como un término peyorativo. Nosotras reivindicamos el trabajo sexual, por tal motivo, nos definimos como trabajadoras sujetas a derecho. Somos mujeres mayores de 18 años que, en forma voluntaria y autónoma, optamos por ejercer esta actividad: no trabajamos para proxenetas, ni para nadie que nos regentee”.

Aunque el proxenetismo está penalizado, se continúa practicando, porque el proxeneta es alguien que tiene contactos de todo tipo, de donde obtiene las habilitaciones de las whiskerías o cabarets, que en realidad funcionan como prostíbulos. A ellos, nunca se los agarra, porque como encargada colocan a trabajadoras, que a su vez pueden ejercer su servicio sexual y son las que, en definitiva, terminan presas.

Estamos en contra de la trata de personas y de la explotación sexual. Hemos buscado combatir esos delitos, denunciando esos hechos, por eso nuestra compañera Sandra Cabrera fue asesinada. “El trabajo que realizan las personas involucradas en la red de tratas, lo hacen en ámbitos muy privados, de difícil acceso, porque existe todo un entramado de connivencia entre diversos poderes”, resaltó Georgina.

La historia de una joven Meretriz

Si en la franja etaria que corresponde a la adolescencia, incluye los 19 años, se puede inferir que Georgina Orellano, comenzó muy joven a desempeñarse como trabajadora sexual. Máxime si se tiene en cuenta el surgimiento de una adolescencia extendida, que mantiene a los jóvenes bajo la órbita de los hogares maternos/paternos, por mucho más tiempo que en generaciones anteriores: “Me ganaba la vida como niñera, cuidando los hijos de una señora que vivía muy bien, se daba gustos que yo no podía, vestía con ropas muy lindas. Un buen día, charlando con ella, me contó la verdad. Era una trabajadora que paraba en la zona de Villa del Parque, tenía clientes buenos y cada tanto pedían por jóvenes que no fueran del lugar. Ella me aseguró que no me iba a pasar nada y que con probar una vez, no perdía nada. Hasta ese momento la prostitución era un mundo ajeno y totalmente desconocido para mí, aunque debo reconocer, que me despertaba mucha curiosidad. Ingresé con los mismos miedos e inseguridades que tuve en otros empleos, con éste me planteaba qué pasaba si un cliente no me pagaba, y con los otros, porque también trabajé en una empresa metalúrgica, temía que no les gustara como me desempeñaba, y me despidieran.

La diferencia entre uno y otro, es por ejemplo, la utilización de mis genitales para la realización del cliente. Acá, como meretriz, puede conocer a muchas compañeras luchadoras, con historias increíbles; algunas con varios hijos y abandonadas por sus parejas, otras que cargaban con el estigma de haber padecido la violencia familiar. También me topé con esa cuestión de la competencia, que es típica en cualquier lugar, sólo que en este tipo de trabajo se acentúa más porque debemos exponer mucho el cuerpo.

Al principio, mis compañeras me querían matar: era joven y me elegían seguido, por ende trabajaba más; hasta que me acostumbré a manejarme con sus códigos y pudimos compartir los espacios en armonía. Otros de mis miedos fue pensar que los clientes me iban a pedir veinte mil cosas y sorprendentemente había casos donde la primera media hora era de charla y solo cinco minutos de algo. Cosa que era común con mi propia pareja.

A la larga, una va adquiriendo conocimiento y picardía, a tal punto que se conoce el gusto del cliente y se logra que el servicio termine rápido. La hipocresía es moneda corriente, porque existe esa cuestión de doble moral, por eso recurren a nosotras, buscando lo que no hacen con sus parejas. Entonces, entendí por qué existe tanta demanda de las trabajadoras sexuales: por la falta de comunicación entre las parejas. Cuando hacen el amor, no se entregan plena y libremente al disfrute. Eso, es lo que buscan y encuentran con nosotras.

Ser trabajadora sexual, no es algo fácil que lo pueda hacer cualquier mujer, porque aunque los clientes nunca me maltrataron, no puedo opinar lo mismo de los policías. Cuando ellos se te cruzan, es para meterte miedo. Recuerdo que apenas empecé a trabajar, se me acercó un comisario de la zona y me dijo que si no me iba de ahí, me metía en cana, yo no sabía que no estaba cometiendo un delito. Me cagué en las patas y tuve que hacerle un favor sexual para que me dejara tranquila.

Cuando desde AMMAR insistimos sobre la creación de una ley que nos regule y nos proteja, es porque la fuerza de seguridad, meten presión y miedo, te amenazan con que te ponen un policía de civil en tu parada, no se te acerca nadie y no laburás. Además, coimean a los clientes, solo a nosotras nos labran las actas, porque con ellos arreglan y listo.

A partir de mi ingreso en AMMAR, y luego de un proceso de empoderamiento, entendí que primero debemos reconocernos como mujeres y después como trabajadoras sexuales. A medida que incorporé conceptos, me fui dando cuenta que nos estigmatizan todo el tiempo por el solo hecho de ser mujer. Vivimos con culpas por salir a trabajar y dejar a nuestros hijos, pero eso mismo le pasa a la mayoría, sea cual fuere su profesión: enfermera, maestra o abogada.

Tengo un hijo de cinco años. Cuando conocí a su papá, dejé el trabajo sexual, al principio él no lo sabía, pero después necesité sincerarme y se lo conté. Nos pusimos de novios y me mudé con él a la casa de sus padres, a los cuatro meses de convivencia quedé embarazada. Nos llevábamos mal, y decidimos separamos. En ese momento me sentí entre la espada y la pared, estaba sola y con un hijo, no sabía si volver a la casa de mi mamá. Me daba vueltas en la cabeza, el hecho de regresar al barrio donde me crié: un lugar donde tenía acceso a muchas cosas, empezando por la droga. No quise exponer a mi hijo a esa vida, por eso volví a la esquina, pero esta vez con más garras, porque tenía que mantener un alquiler y a una criatura. Dentro de las alternativas laborales que tuve, de acuerdo con mi preparación, elegí la que más me reditúa. Algunas de mis compañeras no completaron la educación básica, otras son analfabetas. No queremos que nuestros hijos pasen por nuestras mismas carencias, deseamos brindarles otras oportunidades” concluyó Georgina.

Una ley para el trabajo sexual autónomo

La ley Nº 20.744 de Contrato de Trabajo, en su artículo 4º, conceptualiza al trabajo como toda actividad lícita a favor de quien tiene la facultad de dirigirla mediante una remuneración y existe entre las partes una relación de intercambio y un fin económico. “Lo único que nos diferencia de otras formas de ganarse la vida, es que utilizamos nuestros cuerpos y escogemos hacerlo. Queremos que nos reconozcan como trabajadoras sexuales, que no nos invisibilicen más, y que nos escuchen. El trabajo sexual no está penado, pero tampoco está reconocido, existe un vacío legal al respecto, por eso desde AMMAR impulsamos la creación de una ley que nos contenga y se nos reconozca el derecho de acceso a una vida digna, a un sistema de salud integral, a través de una obra social y a la jubilación”.

“El concepto de autonomía lo aplicamos dentro de la forma de definirnos (trabajadoras sexuales autónomas), porque elegimos a los clientes, los días y las horas destinadas a nuestra profesión, y cuando optamos por no salir y quedarnos con nuestros hijos, nadie nos descuenta el día. Consideramos que la creación de una normativa que nos ampare y proteja, más la formación de cooperativas, donde varias trabajadoras se junten, alquilen un lugar, se repartan los gastos y se distribuyan las ganancias, serían las herramientas que permitirían desprenderse de la figura del proxeneta”, remarcó Orellano.

Ni Chicha ni limoná

El ejercicio de la prostitución en nuestro país, se encuentra en una situación de ilegalidad, es decir, que aunque su práctica no constituye un delito, a las personas que la ejercen, no se le reconocen derechos. Solo se sanciona a todo aquel que lucre o explote el trabajo sexual ajeno.

Las leyes y reglamentaciones mencionadas (Ley 12.331 y el Código Contravencional), se centran en la protección de la salud por medio de la profilaxis, en el primer caso y el cuidado del espacio público o privado, en el segundo.

Quienes se desempeñan en el trabajo sexual, se encuentran en una situación de vulnerabilidad, ya que las normativas contravencionales reprimen el ejercicio de la prostitución realizada en forma independiente, en departamentos alquilados por las trabajadoras. Las mujeres que no pueden ofrecer su servicio en la vía pública, porque son sometidas por la corrupción policial, quedan expuestas a la clandestinidad y a la merced del tráfico y explotación sexual.

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