Por Valeria Tellechea
“En el montón de esta mañana, hay una fotografía de lo que puede ser el cuerpo de un hombre, o de una mujer: está tan mutilado que también pudiera ser el cuerpo de un cerdo. Pero éstos son ciertamente niños muertos, y esto otro, sin duda, la sección vertical de una casa. Una bomba ha derribado un lado; todavía hay una jaula de pájaro colgando en lo que probablemente fue la sala de estar...” Virginia Woolf, ‘Tres Guineas’
Luego de la segunda guerra mundial, con una comunidad internacional demasiado avergonzada y con la intención de acabar la vida en el exilio de un pueblo perseguido desde tiempos bíblicos, en 1948 Israel es declarado estado judío. Para sus ocho millones de habitantes, esta declaración es más que una mera nomenclatura. Para sus ocho millones de habitantes Israel es más que un estado, es la tierra prometida, es la tierra de Israel.
Desde la educación temprana, se ha enseñado y transmitido esta idea basada en la religión, la fe y en las innegables persecuciones sufridas a lo largo de la historia como pueblo religioso. El poder e influencia de Israel a nivel mundial ha contribuido a construir esta idiosincrasia que les ha brindado esperanza y futuro a su pueblo.
A partir de este momento en la historia, Israel ha mantenido conflictos armados, variados y complejos con sus países limítrofes. Desde la guerra de los Seis Días, la guerra de Yom Kipur, la guerra del desgaste, entre otros tantos conflictos que se suceden hasta el día de hoy. En una simple y rápida lectura, la intención es establecer los límites de esa tierra prometida. A toda costa. Y en el medio, Palestina.
Sionismo y judaísmo
En este llamamiento de autodeterminación en tierra prometida, e incluso más allá de la religión, el movimiento sionista de Theodor Herzl, surgido a finales del siglo XIX, sentó las bases para que dicha migración sea posible, en parte también a la Ley del Retorno que otorgaba la ciudadanía a cualquier persona judía que quisiera vivir en territorio israelí. También fue posible gracias a la partición de Palestina, sentenciada por la ONU y por un gran sentimiento de culpa al haber permitido los horrores del Holocausto.
Ser judío es la expresión de la fe en su pueblo y en la Torah, donde se encuentran todas las doctrinas y las leyes reveladas por Dios en el Monte Sinai. De allí el origen del término sionismo.
Tenemos entonces dos situaciones que se vuelven una, aunque no es tan lineal la cuestión. Esa compasión mundial hacia el pueblo judío ha sido trasladada a la confianza del movimiento sionista. Incluso el mismo judaísmo rechaza y critica abiertamente el origen mismo de Israel. El rabino Yisrael Dovid Weiss, un reconocido anti-sionista, en una conferencia, tajante sentenció: “Amigos, no habrá paz en el Medio Oriente mientras haya un Estado de Israel”. Lamentablemente, los anti-sionistas son una gran minoría.
El problema palestino
Para Israel el actual Estado de Palestina no es considerado como tal (más allá que ha sido proclamado por la contradictoria ONU como Estado observador) sino como territorios palestinos unidos, dándole de esta manera una identidad menor, sustentada según Israel, gracias a supuestos movimientos terroristas. Actualmente, su reconocimiento es limitado y su pueblo desplazado sin descanso desde la proclamación del estado judío.
El problema palestino surge con la constitución de su estado judío. Desde la escuela y temprana edad, son representados y representadas con imágenes que no corresponden a su realidad. O son terroristas, agricultores primitivos o simplemente, no existen. No hay figuras humanas que sean posibles para su representación. Son entendidos como un otro que no es más que un problema, y un problema siempre tiene una solución. Esta configuración no hace más que propagar la importancia de un pueblo que debe defender a su pueblo, donde las filas del ejército, muy poderoso por cierto, aumenta día a día con jóvenes dispuestos a proteger a la tierra prometida.
En este contexto, la comunidad internacional solo interviene (intencionalmente) en tibia forma de papel, con pedidos de cese del fuego hacia ambas partes, entendiéndolo de esta manera como un conflicto armado, sin considerar las desiguales condiciones a las que se enfrenta el pueblo palestino frente al poderío israelí, a sabiendas que tanto Estados Unidos como la ex Unión Soviética han colaborado para que la situación actual se origine, mantenga y recrudezca.
Del conflicto armado al exterminio de un pueblo
Dentro de este espectro, desde hace varios años hemos asistido, tanto a través de los medios de comunicación como de organismos internacionales, a gran cantidad de información sobre lo que el pueblo israelí llama “el problema palestino”. Hemos visto cómo era entendido como una guerra, un conflicto armado que involucraba a dos partes por igual. Hemos visto también millones de imágenes de una Franja de Gaza devastada, edificios explotando, familias enteras destruidas y un pueblo sin futuro ni esperanza, como también una Israel armamentisticamente preparada para la destrucción total de un otro que no es uno.
Según Norman Finkelstein, politólogo y experto en el conflicto palestino-israelí: “Alrededor del 80% del pueblo gazatí son refugiados, hijos o nietos de refugiados. Alrededor de la mitad de la población de Gaza es menor de 16 años. Israel ha privado a esta población, de comida, medicinas, agua, electricidad y otros bienes básicos llevando a la población a una absoluta desesperación”.
Gilles Pelissier, coordinador del proyecto y responsable de la seguridad de los equipos de Médicos sin Fronteras en Gaza, ha comunicado lo que el pueblo gazatí sufre a diario: “Cuando el segundo alto el fuego de 72 horas acabó, a las 8 de la mañana, las hostilidades se reanudaron de inmediato. Y la primera tregua duró apenas ocho minutos en lugar de las 72 horas que se habían anunciado. No hay respiro”.
Y del otro lado tenemos una guardia de hierro casi inquebrantable. Cada israelí caído en el supuesto conflicto vale por miles y miles de palestinos. En nombre del terrorismo, todo lo vale. La limpieza étnica ha comenzado y al parecer no va a parar. Mientras tanto, al resto del mundo solo le basta con horrorizarse.
En la imagen se puede ver cómo, según el paso del tiempo, Palestina ha perdido su territorio, casi en su totalidad. Fuente: The peoples voice.
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