La vida cotidiana en el centro

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Por Sofía Espul y Valeria Tellechea

Desde hace algunos años y cada vez con mayor fuerza, se habla y se trabaja en relación a la importancia de considerar los cuidados como una dimensión central para la sostenibilidad de la vida. La pandemia vino a demostrar, no solo en nuestro país sino también a nivel regional, las grandes desigualdades que encierran nuestros territorios y, con ello, la urgente necesidad de colocar estos temas en la agenda pública y en la sociedad en todo su conjunto, en pos de construir nuevos pactos sociales. 

Karina Batthyány, doctora en Sociología y Secretaria Ejecutiva del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales -CLACSO-, nos habla acerca de la importancia de trabajar sobre estos temas y nos presenta “Políticas del cuidado”, un libro de acceso abierto en donde se busca sistematizar de qué hablamos cuando hablamos de cuidados y de políticas de cuidados en nuestras sociedades latinoamericanas, con el propósito de democratizar y defender el conocimiento como un bien público, sin ningún tipo de restricción ni barreras.

Desde tu experiencia ¿Cómo ves que se ha comenzado a trabajar en nuestro país las cuestiones relacionadas a las políticas de cuidados y qué desafíos considerás los más importantes para Argentina?

Antes de ir al caso de Argentina, en nuestros países de América Latina el primer punto que me gustaría destacar es que, finalmente, este tema se integra a la agenda pública y, por lo tanto, se vuelve objeto de política pública. Es un tema que en definitiva pasó a ser del ámbito privado, de puertas adentro, donde antes, cada una de nosotras -y digo en femenino porque principalmente somos las mujeres las que nos hacemos cargo del cuidado- se arreglaba con lo que podía, con los recursos que tenía -recursos económicos, recursos en términos de integración de sus hogares, el lugar de residencia, de un largo etcétera-; eso daba la idea que el problema lo teníamos que resolver las mujeres, cuando es un tema que compete a toda la sociedad porque el cuidado es lo que permite, en definitiva, que las personas existan como tales. Por otro lado, se convertía en un factor potenciador de las desigualdades, no solo hacia las mujeres sino también entre las mujeres porque, evidentemente, una mujer con mayores recursos económicos, con acceso a la educación, que vive en un medio urbano, va a tener posibilidad de resolver sus demandas de cuidado de manera muy diferente a una mujer sin acceso a los recursos, o de un medio rural o en relación a otras dimensiones de la desigualdad. 

Ahí aparece uno de los puntos que quiero destacar: en Argentina, pero en general en América Latina, este tema salió puertas afuera. No es más un tema individual de “cada una se arregla como puede”, sino que es un tema colectivo y que requiere de respuestas colectivas. Cuando son colectivas hay por lo menos cuatro agentes que están convocados a actuar: el Estado como el más importante y como el mayor responsable; las familias que llevan adelante el trabajo de cuidados y, dentro de éstas obviamente las mujeres; el mercado y la comunidad. Estos cuatro son los que decimos que son fuente o proveedores del bienestar y esto es lo que está pasando y observamos por qué se empiezan a discutir este tipo de políticas. 

En cuanto al caso argentino, que se suma a otros casos latinoamericanos como el de Uruguay, donde ya se desarrolla una política nacional de cuidado que se conoce como el Sistema Nacional Integral de Cuidados, se decidió darle prioridad a este tema, primero como responsabilidad colectiva y después, entender que el cuidado es un pilar del bienestar social, es decir, es necesario para cada una y cada uno pero para todo el conjunto de la sociedad. Entender que es un derecho, que todes tenemos ese derecho a recibir cuidado cuando lo necesitamos y empezar a caminar en la dirección de formular políticas de cuidado que respondan a estas necesidades, para que el cuidado no se convierta en algo que solo algunos o algunas pueden acceder en función de sus recursos o, en el otro extremo, como pasa en muchos otros países, que hay políticas de cuidados pero solamente para las personas de pocos recursos, muy pobres o muy vulneradas y generalmente son políticas que no necesariamente son de buena calidad e integrales. Este es el camino que está transitando Argentina, discutiendo y colocando este tema en la agenda y con algunos pasos concretos que se han dado recientemente.

Hiciste mención al proceso que ha llevado adelante Uruguay, como pionero en la región, en pensar un Sistema Nacional de Cuidados ¿Qué experiencias consideras que podrían replicarse tanto en nuestro país como en la región?

Efectivamente Uruguay desde el 2015 tiene un sistema de cuidados en marcha pero desde 2010 que este tema se discutió seriamente, se colocó en la agenda y se armó una articulación muy interesante entre el sector académico, el sector público y el movimiento feminista para llevarlo adelante. Las experiencias son muchas, lo que se pueda replicar siempre depende de los contextos nacionales o locales donde se apliquen porque evidentemente no se pueden trasladar experiencias de un país al otro sin esa mirada del contexto, sin esa mirada situada. 

De todas formas allí hay algunos puntos que pueden ser interesantes. El primero y que Argentina lo está haciendo en este momento, es ponerse de acuerdo en algo muy básico y es qué entendemos cuando hablamos de cuidado, o mejor aún, ¿cuál va a ser la definición de cuidado para la política pública nacional de cuidados? porque como sabemos es un concepto en construcción, de debate y que pueden haber muchos abordajes. En el caso de Uruguay se dijo: vamos a entender por cuidado todas aquellas acciones necesarias para garantizar las actividades de la vida diaria, el bienestar de las personas y especialmente de aquellas que no pueden hacerlo por sí mismas, niños, niñas, viejos, viejas, personas con discapacidad; y como segundo punto, que así como hay que comenzar por definirlo, el cuidado necesariamente remite a una política intersectorial, es decir, esto no es un objeto de un solo campo temático como otras políticas públicas pueden serlo, sino que remiten a sectores que están en distintos terrenos: educación, salud, economía, políticas sociales; por lo tanto hay que trabajar desde esa mirada intersectorial desde el principio. 

Pero, y aquí viene una de las luces amarillas, si bien es un campo intersectorial, hay una dimensión que es muy importante y es el por qué hoy discutimos estos temas, que es la dimensión de género. Llega a la agenda desde la problematización de entender que aquí en el cuidado está uno de los nudos centrales para que nuestros países puedan avanzar en la igualdad de género. Con esa dimensión hay que tener mucho cuidado, porque generalmente -y experiencias del pasado lo han demostrado así- cuando un tema se vuelve intersectorial, el género suele dejarse de lado o no darle la importancia que se requiere y después resulta que las opciones no necesariamente van en el sentido de lograr mayor igualdad, sino que terminan reforzando la división sexual del trabajo o reforzando algunos estereotipos. En el caso de Uruguay esto lo tuvimos que enfatizar mucho y de hecho, hoy que ya no tenemos un gobierno de los que se podría catalogar como progresista, sino un gobierno claramente neoliberal, está en riesgo el objetivo de modificar la división sexual del trabajo que nos asigna a las mujeres como las cuidadoras en la sociedad.

Tenemos que plantearlo como algo universal y generar los mecanismos -políticas de cuidado- para que se logre esa universalidad. Ahí después hay que discutir cuál es la modalidad, si son solamente servicios públicos, privados, mixtos, subvencionados o no; eso va a depender de la discusión y de las posibilidades de cada país. Pero la universalidad tiene que ser un principio.

En relación con lo que comentas, el nicho laboral de los cuidados suele estar reservado a las mujeres migrantes, ¿Cómo se podría desarmar esa “cadena de cuidados” que en los últimos tiempos ha sido clave para la feminización de los movimientos migratorios, tanto norte-sur como sur-sur?

Ahí hay un punto que es bien interesante, que en realidad son dos puntos. El primero remite justamente a todas las oportunidades que surgen cuando uno avanza en una política de cuidados, una de ellas es las nuevas ocupaciones o las nuevas profesiones que surgen de la mano de esa política del cuidado. Allí la primera alerta que hay que tener es una similar a la que se tuvo, o mejor dicho se “mal tuvo” o se tuvo tarde con el trabajo doméstico remunerado, es decir con las trabajadoras de casas particulares. Ese sector de empleo siempre fue el peor pago, el de peor calidad, el trabajo informal; entonces uno de los puntos sobre el que llamamos la atención es: tengamos mucho cuidado cuando se avance en las políticas de cuidado en los empleos, que sean efectivamente empleos de calidad, dignos y que no reproduzcan la división sexual del trabajo. 

El segundo es que, justamente, en ese sector de la economía -que por cierto tiene una importancia muy grande en toda América Latina en términos de la PEA (población económicamente activa) femenina-, da empleo a muchas mujeres y que además fue muy afectado en la pandemia. Más de un tercio perdieron sus empleos. Sabemos además que se ubican trabajadoras migrantes por aquello de las cadenas globales de cuidados. Como estos empleos del cuidado están generalmente mal remunerados, se asocian a lo femenino. Mujeres migrantes que no tienen oportunidades en sus países y deciden migrar a otros para ocupar este tipo de tareas. Eso no hace más que reproducir la feminización del cuidado y la división sexual del trabajo. ¿Qué es lo que se puede plantear allí? Que cuando se avance en la formulación de las políticas del cuidado se preste particular atención a todo lo que es las políticas de empleo y formación -destaco esta última palabra- en el sector de los cuidados, para que el resultado sean empleos de calidad, con gente formada, ocupaciones de calidad y no repetir los errores que mencioné.

Por eso a mi me gusta hablar de al menos cinco políticas de cuidado. Las tres que reconoce la literatura internacional: – políticas de tiempo (ejemplo las licencias); – políticas de servicio,  (ejemplo los centros de cuidado infantil o los centros de cuidados diurnos para las personas viejas); – políticas de prestaciones (dar plata para cubrir lo que se necesite). Ahora bien, si realmente queremos una política de cuidados que incorpore la dimensión de género y que se proponga transformar la división sexual del trabajo, hay que considerar también las políticas culturales, que cuestionen la división sexual del trabajo y que apelen a la corresponsabilidad. Y por otro, políticas de empleo y formación, que garanticen y se propongan generar empleo de calidad en el sector y capacitar a las personas que van a trabajar en esas ocupaciones del cuidado para que sean de calidad.

En el libro desarrollas algunos nudos críticos en relación a esto que mencionabas de la universalidad de las políticas de cuidados. En este contexto ¿Cómo creés que este carácter universal puede llevarse adelante? ¿Cómo podemos hacer de esas políticas una cuestión universal que llegue justamente a todos los sectores?

Yo creo que el principio de la universalidad es uno de los principios a defender si una quiere hablar de sistemas de cuidados o de políticas públicas de cuidados, porque si no son universales no garantizan el derecho al cuidado. Cuando uno habla de que todas las personas tenemos derecho al cuidado, no es solamente aquellas que no pueden pagarlo. El principio de universalidad es un elemento central de las políticas del cuidado y fue otra de las lecciones del caso uruguayo, que declaró la universalidad en el año 2015 cuando empezó, pero que inició de manera focalizada por razones de recursos, se fue progresivamente incorporando más población beneficiaria al sistema de cuidados, pero no todos y todas los que necesitan cuidados tienen derecho a acceder a alguna de las políticas que están vigentes en Uruguay. ¿Qué sucedió? El año pasado, cuando cambia el gobierno, se empezó a recortar el sistema de cuidados, a recortar los fondos que se le atribuyen y entonces la universalidad queda en cuestión. Para mí tiene que ser un principio básico del sistema.

Cuando planteamos esto siempre nos cuestionan y nos dicen que no se puede, porque no se tienen los recursos, pero es la misma discusión que se dio hace muchos años cuando se dijo la educación como un derecho para todo el mundo, por lo tanto la educación pública con la obligación de garantizar que todo aquel que quiera acceder a la educación pueda hacerlo sin costos. Tenemos que plantearlo como algo universal y generar los mecanismos -políticas de cuidado- para que se logre esa universalidad. Ahí después hay que discutir cuál es la modalidad, si son solamente servicios públicos, privados, mixtos, subvencionados o no; eso va a depender de la discusión y de las posibilidades de cada país. Pero la universalidad tiene que ser un principio.

Ahora que se habla tanto de discutir nuevos contratos o nuevos pactos sociales -incluso la CEPAL lo está planteando a nivel de América Latina-, esos contratos o pactos sociales tienen que comenzar por colocar la vida cotidiana en el centro, por politizar la vida cotidiana y por entender que lo que ocurre en la dimensión de lo cotidiano es constitutivo de lo social.

Este contexto además puso en primer plano el trabajo que realizan las mujeres y las organizaciones en los barrios y las comunidades. ¿Qué lugar considerás que tienen sus voces y saberes a la hora del diseño de políticas integrales de cuidados?

Es que los componentes siempre son una articulación, lo que llamamos la organización social del cuidado -que es la forma que cada sociedad se da para cuidar- es una combinación de esos cuatro sectores: el estado, el mercado, las comunidades y la familia. Que en cada país va a adquirir su forma particular en función de su contexto, tradiciones, etc. El papel de la comunidad es muy importante, ahora en una política o en un sistema de cuidados no puede ser el papel de lo invisible, de lo no remunerado ni de lo que se hace porque no hay otra alternativa o porque no hay un servicio, o no hay una política que llega a ese territorio. Entonces nos organizamos y vemos cómo resolverlo, como mecanismo de expresión de la solidaridad y de la organización es fantástico, ahora como forma de satisfacer un derecho no. Es como decir, entonces no consideremos más a la alimentación como un derecho porque cuando hay problema o una crisis, hay ollas populares. Eso no se puede plantear así, en los momentos de crisis la organización social responde de manera oportuna y acertada, ahora eso no sustituye en ningún caso la responsabilidad pública para el cumplimiento del derecho. 

Algo para pensar también es sobre qué hablamos cuando hablamos de corresponsabilidad.

El tema de la corresponsabilidad es muy importante y depende del nivel en que lo analices. Porque la corresponsabilidad es una cosa en lo micro, donde puedo decir que en el tema de cuidados es fomentar -entre otras cosas- que se involucren los varones, por ejemplo, en el cuidado de los hijos, hijas, hijes, que es tan responsabilidad de ellos como nuestra, y son negociaciones cotidianas. Ahora bien, eso es en el nivel micro pero en el nivel macro, hablar de corresponsabilidad significa justamente cuál es la responsabilidad del Estado, del mercado, de las comunidades y de las familias en este tema y no, no es la misma. Sobre todo no es la misma si lo pensamos en clave de derechos y en clave de política pública.

El libro condensa mucha información, de una manera muy accesible, pensado como un aporte desde los estudios del tema para que sea visibilizado. ¿Qué otras estrategias creés que se puedan impulsar desde el campo académico y desde CLACSO en tu rol como Secretaria General?

Hay algo que es básico, una vieja consigna feminista “lo personal es político”, volver a decodificar esa consigna, yo le agregaría la dimensión central de la vida cotidiana en las discusiones que tenemos. Cómo politizar la vida cotidiana o cómo introducir la dimensión política en la vida cotidiana para darle la dimensión real a estos temas. Ahora que se habla tanto de discutir nuevos contratos o nuevos pactos sociales -incluso la CEPAL lo está planteando a nivel de América Latina-, esos contratos o pactos sociales tienen que comenzar por colocar la vida cotidiana en el centro, por politizar la vida cotidiana y por entender que lo que ocurre en la dimensión de lo cotidiano es constitutivo de lo social. Estamos tratando de hacer eso, de colocar este tema del cuidado desde esa perspectiva y como uno de los elementos centrales para poder decir, pensemos en modelos de organización para América Latina más democráticos, más justos, más respetuosos de los derechos. Si queremos todo eso, esta dimensión de politizar lo cotidiano es central. Eso te lleva de la mano al cuidado.

“Políticas del cuidado”. Karina Batthyány.

CLACSO. Universidad Autónoma Metropolitana – Unidad Cuajimalpa. 

Buenos Aires – Ciudad de México. 

Abril de 2021.

Colección Palabras clave. Lectura para este siglo.

Para acceder al libro con descarga libre: https://www.clacso.org/politicas-del-cuidado/

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