Adelanto del libro Games of Chron
Por Leonor Silvestri
Nietzsche nos exhorta a vivir la salud y la enfermedad de modo tal que la salud será un punto de vista sobre la enfermedad, y la enfermedad un punto de vista sobre la salud. Hacer de la enfermedad una exploración de la salud, y la salud una investigación de la enfermedad.
Gilles Deleuze
Recuperar la integridad del cuerpo es una de las tareas más difíciles dentro de los espacios de encierro hospitalarios segmentarizados hasta el filo literal del bisturí. Los médicos y sus asistentes te piensan en partes: una boca, un ano, un colón, un intestino, un íleon, una conciencia operante a la cual más vale mantener con vida incluso si no caga, ni mea, ni come, ni respira sola. La vida ante todo. ¿Pero qué vida? ¿Cómo vivo? Los espacios de encierro hospitalario no están tampoco pensados para que nadie permanezca por períodos largos a relativamente largos; se suponen estadías cortas para mantener los cuerpos vivos a como dé lugar, especie de sanatorios que no toma ningún recaudo sobre el cuerpo sistemáticamente mancillado bajo sus lógicas: a menos que te opongas, la sangre se saca siempre de la misma vena hasta que se te haga un callo sin retorno sanguíneo en la articulación del codo (es menester, andá sabiéndolo, cuidar tus venas, este consejo me lo da una persona con quimio y un amigo que se dializa). Te pinchan y te pinchan a cualquier hora hasta que queden moretones y chichones.
Aquí es virtualmente imposible reunir 5 horas de oscuridad, silencio y descanso consecutivas, el descanso se lo vas robando a los protocolos medicamentosos y a los médicos y sus horarios de visita, siempre desde la mañana bien temprano. Mi ciclo arranca a las 5 a.m. con el control de glucosa, situación insulinodependiente que se me ha producido a fuerza de ser alimentada intravenosamente, y por los corticoides. Discuto para que se me concedan dos horas más de sueño, o al menos de oscuridad y soledad en mi celda: que todo empiece junto y a la misma hora. Se espera de mí que estés echada todo el día porque tampoco se cuenta con sitios donde circular más allá del pasillo -lo cierto que ahora mismo estoy débil físicamente como para tomar el ascensor e ir hasta abajo, pero tampoco hay por donde deambular, y cuando me escapo y camino por la parte inferior del hospital donde están los consultorios, la gente reacciona ante mi vista, la visión de la enferma, como si vieran al Minotauro; por un momento entiendo a Asterión en el cuento de Borges-. Médicos y médicas, si bien tocan la puerta, entran luego de tocarla, nadie espera un «adelante». Así te enganchan desnuda, o encremándote. No me molesta, ni a mi cuerpa flaca y desnutrida, ni que nos vean desnudas; pero a ellos sí. Te esperan en el lugar de paciente, con la batita blanca, la cual he dejado de usar, para no sentirme tan paciente, excepto para dormir a la noche, como modo de mejorar mi estado de ánimo, junto con la pulserita que dice y marca la diferencia entre sano/enfermo y adjudica potestad a un cirujano que me recibió y cuyo nombre también está consignado: les pertenezco.
El vestir es todo un asunto porque quien se interna de urgencia no lleva nada más que lo puesto. Es dificultoso conseguir ropas acordes a la funcionalidad de las máquinas a las cuales te conectan. Por ejemplo, yo tengo un catéter en el lado izquierdo en la vena cava por donde me alimento, tiene tres válvulas, una sola para la comida líquida que cae 24 hrs. sin cesar. Lo primero que me di cuenta es que mis remeras no iban a resultar porque no se puede pasar por abajo, por los pies, y es incómodo de manipular una vez puesta. Pedí a las amigas el famoso strapless, no tengo nada de ropa con hombros descubiertos en casa. Me someto temporariamente a una suerte de feminización forzada (¿y qué feminización no lo es acaso?) con esta ropa que me deja los hombros al aire y que cubro con una chalina. Bañarme así no es cosa simple porque no se puede mojar el catéter bajo ninguna circunstancia, por eso debo hacerlo con la mitad del cuerpo cubierto con una sábana y una toalla, y el aparato recubierto en plástico. Nada, por mi propio bien, debe ingresar a él que no esté estéril. Pedí a una amiga que compre una maquinita de afeitar y otro amigo me afeito las axilas después de mucho tiempo. De ese modo es más simple lavarme con las toallitas húmedas que las amigas me traen, el brazo izquierdo y las axilas. Ese pequeño arreglo de no andar en bata, ponerme crema, estar limpia y bañada todas las mañanas, que en la habitación no haya olor a antibiótico, me empodera y me saca del lugar de camisolín blanco culo al aire, espéculo, alcohol, pervinox que lo polute todo con sus hedores, me conecta con partes de mi cuerpo que se exponen al poco aire no viciado que hay en este lugar (las ventanas no se abren más que de refilón por disposición municipal porque la gente se suicida, de todos modos la gente se suicida en su casa delante de su familia también), aunque tenga que tapar mi pecho. Feminizarme vino en mi auxilio, y lo celebro. Me alegra poder atravesar los géneros, fluir en ellos, utilizarlos estratégicamente según la circunstancia, no estar fija rígidamente en uno, ni pensar que el nomadismo genérico andrógino es un deber ser con el cual académicos queer le gritan a los cuerpos con vagina y útero sus verdades sobre cómo deben comportarse mientras ellos son recibidos y vistos simplemente como chicos y con los privilegios que eso conlleva. La misoginia se esconde en muchos frentes, especialmente dentro de los cuerpos con pija y sus protectoras. Es un privilegio poder deshacer el género hasta utilizar la feminidad como más nos convenga. Tan violento como ser forzada a un género es ser forzada a superarlo en pos de una trascendencia, de un deber ser. Ladran, Sancho, en las redes sociales desafectados y desafectadas de toda calaña henchidos de rabietas de hombre.
La enfermedad es el punto de perspectiva político para alejarme de una buena vez de todo aquello que se me coló en el intestino y en realidad nunca fue de mi interés, todo aquello que quiso afectarme pero no vale la pena ni el merecimiento, ni el deseo ni la gana. Un amanecer de otoño entra por la ventana pronto. Ya es hoy.
Ph: Florencia Di Tullio
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